Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y
escribió:
Eufrasio se vanagloriaba de lo bien que le iban las cosas. Hombre
dotado de un especial instinto para los negocios había cruzado allende los
mares haciendo fortuna; lo que se conocía como hacer las Américas. Retornó a su patria chica tras media década de
ausencia y vivía una existencia plácida dirigiendo sus asuntos con acierto. Casó con la muchacha que su
corazón decidió y fueron llegando los hijos siguiendo el ritmo de la
naturaleza. Coincidiendo con las fiestas del Carmen, patrona de los marinos, se
dio una vuelta por los ventorrillos donde gustaba tomar su ron que, según él,
le asentaba el pomo. Fue cuando terminaba de tomarse la penúltima que se le
acercó una zahorina empeñada en leerle la mano. Y Eufrasio que se negaba y la vidente
con una maldición al borde de la lengua echando fuego por los ojos. El caso es
que cedió Eufrasio y toda su vida se acordó de aquella debilidad. La adivina le
presagió una muerte por ahogamiento y he aquí que mi hombre anduvo unos días
que no levantaba cabeza. Vecino de un barrio costero tomó tal aversión al mar
que ni se rozaba con el líquido elemento.
Dejó sus negocios transoceánicos en manos de un apoderado pues la sola
mención de embarcarse lo descomponía. Su familia mantenía un respetuoso
silencio ante tal decisión hasta que fue asumida como parte de la rutina
doméstica. Estuvo a punto de ser pasajero del Valbanera, navío de infausto
final, lo que confirmó lo acertado de su prudencia. Pasaron años, quinquenios,
décadas hasta que avanzados los 90 se encontraba comiendo un sancocho de cherne
cuando, mira por dónde, un trozo de pescado salado se le fue por el camino viejo.
Su sobrino Eliezer se encontraba a su lado y poco pudo hacer salvo salir
gritando “El tío Eufrasio se ahoga”. Y así fue como acabó sus días aquel
viejillo que dobló la esquina de tantos años huyendo del agua como gato
escaldado. Su familia consternada sentenciaba que al fin se había cumplido la
profecía de la bruja. Solo su mujer se atrevió a recordar que dado lo avanzado
de la edad y la manía que había cogido su esposo de no ponerse la dentadura postiza
para comer, mucho había tardado en pasar una desgracia. Y es que como afirma
Henry Ford si piensas que puedes, es cierto
y si piensas que no puedes, también. Buena semana.
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