domingo, 12 de abril de 2015

EL HOMBRE, EL AGUA Y EL PESCADO SALADO

Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:

Eufrasio se vanagloriaba de lo bien que le iban las cosas. Hombre dotado de un especial instinto para los negocios había cruzado allende los mares haciendo fortuna; lo que se conocía como hacer las Américas. Retornó a su patria chica tras media década de ausencia y vivía una existencia plácida dirigiendo sus asuntos  con acierto. Casó con la muchacha que su corazón decidió y fueron llegando los hijos siguiendo el ritmo de la naturaleza. Coincidiendo con las fiestas del Carmen, patrona de los marinos, se dio una vuelta por los ventorrillos donde gustaba tomar su ron que, según él, le asentaba el pomo. Fue cuando terminaba de tomarse la penúltima que se le acercó una zahorina empeñada en leerle la  mano. Y Eufrasio que se negaba y la vidente con una maldición al borde de la lengua echando fuego por los ojos. El caso es que cedió Eufrasio y toda su vida se acordó de aquella debilidad. La adivina le presagió una muerte por ahogamiento y he aquí que mi hombre anduvo unos días que no levantaba cabeza. Vecino de un barrio costero tomó tal aversión al mar que ni se rozaba con el líquido elemento.  Dejó sus negocios transoceánicos en manos de un apoderado pues la sola mención de embarcarse lo descomponía. Su familia mantenía un respetuoso silencio ante tal decisión hasta que fue asumida como parte de la rutina doméstica. Estuvo a punto de ser pasajero del Valbanera, navío de infausto final, lo que confirmó lo acertado de su prudencia. Pasaron años, quinquenios, décadas hasta que avanzados los 90 se encontraba comiendo un sancocho de cherne cuando, mira por dónde, un trozo de pescado salado se le fue por el camino viejo. Su sobrino Eliezer se encontraba a su lado y poco pudo hacer salvo salir gritando “El tío Eufrasio se ahoga”. Y así fue como acabó sus días aquel viejillo que dobló la esquina de tantos años huyendo del agua como gato escaldado. Su familia consternada sentenciaba que al fin se había cumplido la profecía de la bruja. Solo su mujer se atrevió a recordar que dado lo avanzado de la edad y la manía que había cogido su esposo de no ponerse la dentadura postiza para comer, mucho había tardado en pasar una desgracia. Y es que como afirma Henry Ford si piensas que puedes, es cierto y si piensas que no puedes, también. Buena semana.


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