Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y
escribió:
Eladio abrió la puerta de la habitación de tres dígitos y pisando una desgastada moqueta azulina
avanzó hacia cuatro pares de ojos que acompañaron el silencio inagurado con su presencia. Tendió una mano cálida pero
firme mientras se presentaba hasta que se detuvo ante un cuerpo escuálido,
lampiño, todo mirada, que respondía tímidamente al interrogatorio médico.
Eladio preguntó al doliente quién era el doctor que le llevaba
y ante la respuesta obtenida por el paciente señaló que había tenido suerte
porque “era excelente profesional y mejor persona". Bromeó sobre la actitud del
galeno que daba la circunstancia que era su jefe y por ende responsable de que
el fin de semana anterior y el presente él estuviera pasando la visita; lo cual
no tenía claro cómo interpretar
Eladio indagó sobre el grado de tolerancia de la dieta por parte
del enfermo quien contestó que ya podía comer algo; añadió que el ahogo con el
que había ingresado días antes iba remitiendo y por fin tenía ganas de comer.
Eladio auscultó el pecho convaleciente; tras repetir el ritual de
la mano tendida, esta vez a modo de despedida, con un “ encantado” como mantra,
desde la ternura buceó en las cuencas lúcidas que atentas escucharon “ la
mirada que usted tiene, es la mirada de la fortaleza”. Se marchó, cerrando
delicadamente la puerta y dejando tras de sí un rastro de esperanza que se hizo
pronto un hueco en aquella alfombra a tramos horadada, por aquejados y acompañantes, embarcados en la lucha contra el siniestro cangrejo.
Se reanudó la conversación donde la confianza lució su mas hermoso
ropaje. Eladio, una vez mas, había sido un satresillo humanamente valiente. Buena
semana.
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