Ella despertó envuelta en el olor de él. Voluptuosa, se
resistía al abandono del lecho, esparciéndose en un arácnido desperezo sobre la
escurridiza sábana color azul cielo abrileño. Sus oquedades estaban revestidas
de un barniz blanquitransparente cuyo tacto hacía presente el sabor del placer.
El goce habitaba en las trincheras de su mente, entrepiernas y corazón. Y ella no pensaba desertar.
Mientras el día principiaba cavilaba que la rutina le llevaría otra vez a su trabajo,
otra vez a tomar un avión que en pocas jornadas trocaría el paisaje físico y
humano que ahora la arroparan. Casi nadie conocía su real modus vivendi. No había
nada que dejara una pista en su gesto, apariencia, mirada, palabra o andar.
Sabía que varios días mas tarde, arribaría a otro continente
acompañada del recuerdo de la tierna ferocidad del abrazo de él; contaría en su mochila con la huella de una complicidad incondicional que otrora concibiera como imposible.
Mirándose fijamente al espejo de su dormitorio se decía que
lo de él tenía mas que mérito pues no todo el mundo acepta que la mujer amada
se gane la vida como francotiradora. Buena semana
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