Nazaria subía lentamente los
peldaños de la escalera apoyada en el barandal y en Camila, la persona que la
cuidaba desde hacía años.
Tenía Nazaria las piernas
hinchadas por la retención de líquidos, aunque ella era abstemia; cada paso que
daba era una medalla de oro pues los doce escalones que la separaban del
dormitorio necesitaban de un cuarto de hora para ser recorridos.
Nazaria tenía fuertes manos con
las que asirse a un sólido pasamanos y además le acompañaban unos brazos solidarios
que le hacían habitar en la confianza mas genuina.
Nazaria, ya en su cama, recuerda
las noticias del día entre las que se fija en su mente la imagen de una marea
humana huyendo de la guerra que jalona las fronteras de la paz. Paradójicamente
son los afortunados porque miles
quedaron en el camino o en el mar.
Nazaria se acurruca, arropada por
unas sábanas de franela que calientan su corazón. Piensa en las personas que,
como ella, dependen de otra para vivir. No en sentido metafórico sino literal.
Y vuelve a visionar, como si de una película de terror se tratara, la mirada
inerte de quienes no tienen unas manos fornidas, un suelo que pisar, una
baranda que abrazar o unos brazos que hablan el idioma del amor.
Piensa que aunque esta puede ser su última noche , sería una
despedida envuelta en el sudario de la dignidad. Se siente tristemente
privilegiada en un mundo en el que millones de seres forman una amalgama
difusa, sin rostro, sin voz, sin cuerpo y que solo pretende ejercer el derecho de
vivir en paz. Buena semana
No hay comentarios:
Publicar un comentario