domingo, 20 de diciembre de 2015

UN CONCEPTO MÁS EXTENSO DE LA CREACIÓN ARTÍSTICA

Celedonia y Graciela, enfundadas en sus trajes negros, se acercaron a la puerta para dar la bienvenida a los más pequeños de la familia que, con cierta periodicidad, acudían a su casa en aquel recóndito pueblo.
Los ojos infantiles reflejaban el desconcierto ante la apariencia siniestra de las dos mujeres que contrastaba con la calidez de su hospitalidad. Un  olor a natilla con canela flotaba en el ambiente de aquella casa que se asomaba al mar desde una suave loma. En los alrededores  crecía una variedad insospechada de flores alojadas en los más insólitos objetos: latas, botes, cacharos, garrafas eran reconvertidos en ingeniosos maceteros. Las encargadas de velar por este paraíso vegetal eran las dos rudas mujeres, de manos encallecidas, de gesto adusto, fieles a un luto que se perdía en los anales de la historia (con mayúscula y con minúscula).
Cuando llegaba el momento de la visita de los pequeños cuya mirada  situaba a las adorables damas  en la vejez eterna como si de una foto fija se tratara, estas dueñas de negro, paradójicamente,  desplegaban su anverso, ese poder luminoso y creativo que se convertía en dulces postres y sabrosos platos.

En el robusto mueble que presidía la pared principal del salón junto al reguero de fotos familiares en blanco y negro, sepia y color, varios pequeños tarros de cristal, otrora depositarios de conservas, con un lazo hecho a base de ganchillo al cuello, acogían  ramilletes de flores de mundo donde quedaba expresada toda la delicadeza de aquellas grandes mujeres para quienes la creación artística era un concepto más extenso que el habitual. Nutrían el estómago y el corazón, aunaban alimento y belleza. En sus manos machucadas latía la vida.   Buena semana.



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