Guillermo contempló desolado el
paisaje que se intuía en aquella
fantasmagórica y gélida noche. Tras varias horas de carretera, sentado en la
parte trasera de un camión militar, había llegado al que sería su lugar de residencia
durante una larga temporada. Al inicio del viaje la mezcla de acentos devenía
en una Babel caqui y en miniatura que revoloteaba persistente en el aire
enrarecido de aquel asfixiante espacio rectangular. A Guillermo le zumbaban los
oídos pues al continuo murmullo de intensidad variable según baches u otros
accidentes de la orografía se le sumaba el viaje de cuatro horas que le había
llevado hasta la capital desde su tierra natal, una lejana isla de clima
templado.Una vez en el aeropuerto de la metrópolis junto a sus nuevos compañeros de ruta había sido conducidos hasta los
vehículos que alineados semejaban una gigantesca y aguerrida oruga.
Guillermo llevaba una existencia
apacible en su lugar de origen. Tenía muchos motivos para ser feliz y uno de
los mas importantes era la amistad con Leandro, cultivada entre confidencias
sobre mal de amores, acrobacias y complicidades que databan de la niñez. La
causalidad disfrazada de casualidad quiso que Leandro hubiera de cumplir el
servicio militar precisamente en la misma, lejana y helada tierra peninsular a la que Guillermo acababa de arribar. Pero en un destino que estaba a unos
cinco kilómetros del suyo.
Y así Guillermo llegó, tras una
agotadora jornada ,al Polvorín cuya custodia pasaría a ser su principal
ocupación en las próximas estaciones.
Tras descender del camión, anduvo en fila al lado de otros iguales que en el transcurrir de los meses
venideros conformarían el único paisaje humano estable. No las tenía todas
consigo y a cada paso que daba, se situaba, producto de su mente atenazada por el miedo, en un macabro
campo de concentración ideado por la humanidad en su mejor versión siniestra.
Se imaginaba cual prisionero en la tristemente célebre segunda gran guerra,
camino a su disolución en medio de la nada. El pelo rapado, el frío que no
desaparecía con la ropa de invierno que aprisionaba su piel y la angustia como
epidermis contribuían espectacularmente a esta sensación de final no deseado.
No parecía haber luz
esperanzadora en aquel ambular grisáceo. Solo unos focos potentes a cuyo través
se visibilizaba una cortina de fina aunque persistente lluvia que por momentos se
transformaba en agua nieve.
Según se acercaban hacia el
cuartel, la película que Guillermo iba visionando en solitario incorporó una banda sonora de letra macabra
donde resaltaba el estribillo”¡Bichos, bichos, vais a morir esta noche!”. Bocas
anónimas y veteranas aullaban "¡De esta noche no pasaréis!" con groseras
risotadas como epílogo.
Guillermo una vez dentro del
cuartel observó rostros que le observaban y siguiendo las instrucciones recibidas, se situó al lado de una metálica
e impersonal silla junto a la litera que sería su metálico e impersonal lecho. La cabeza le daba vueltas y a pesar de la baja temperatura, ardía de dolor.
Unos minutos mas tarde, en el
umbral del barracón surgió una figura diligente enfundada en la pesada ropa
militar. Solo eran visibles unos ojos intensos, almendrados y oscuros que se dirigieron
raudos hacia la figura de un Guillermo extenuado. Con un tono desangelado y autoritario el
mando castrense increpó a Guillermo de tal forma que el recién estrenado
soldado se perdió en un laberinto de explicaciones a medio cocer totalmente ininteligibles. El mundo era una fuerza altisonante,
oscura y pesada que caía sobre Guillermo.
No pasaron dos minutos hasta que
el cabo se bajara el pasamontañas y una sonrisa de dientes entrañables y
desiguales trajera el rostro de Leandro, quien por necesidades de servicio, había
ido a parar al lugar en el que se encontró con su mejor amigo. La estancia, otrora glacial y
amenazadora trocó en cálida y reconfortante. El abrazo, la compañía, la
seguridad de ser sostenido desde el afecto se abrieron camino en aquella lejana
tierra, perdida en los mapas en una estación invernal. Guillermo y Leandro compartieron
complicidades, esas que crean vínculos
que, por mucho tiempo que pase, nos se
deshacen. Buena semana.
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