domingo, 6 de diciembre de 2015

¡BICHOS, BICHOS, ESTA NOCHE VAIS A MORIR!

Guillermo contempló desolado el paisaje que se intuía  en aquella fantasmagórica y gélida noche. Tras varias horas de carretera, sentado en la parte trasera de un camión militar, había llegado al que sería su lugar de residencia durante una larga temporada. Al inicio del viaje la mezcla de acentos devenía en una Babel caqui y en miniatura que revoloteaba persistente en el aire enrarecido de aquel asfixiante espacio rectangular. A Guillermo le zumbaban los oídos pues al continuo murmullo de intensidad variable según baches u otros accidentes de la orografía se le sumaba el viaje de cuatro horas que le había llevado hasta la capital desde su tierra natal, una lejana isla de clima templado.Una vez en el aeropuerto de la metrópolis junto a sus nuevos compañeros de ruta había sido conducidos hasta los vehículos que alineados semejaban una gigantesca y aguerrida oruga.
Guillermo llevaba una existencia apacible en su lugar de origen. Tenía muchos motivos para ser feliz y uno de los mas importantes era la amistad con Leandro, cultivada entre confidencias sobre mal de amores, acrobacias y complicidades que databan de la niñez. La causalidad disfrazada de casualidad quiso que Leandro hubiera de cumplir el servicio militar precisamente en la misma, lejana y helada tierra peninsular a la que Guillermo acababa de arribar. Pero en un destino que estaba  a unos cinco kilómetros del suyo.
Y así Guillermo llegó, tras una agotadora jornada ,al Polvorín cuya custodia pasaría a ser su principal ocupación en las próximas estaciones.
Tras descender del camión, anduvo en fila al lado de otros  iguales que en el transcurrir de los meses venideros conformarían el único paisaje humano estable. No las tenía todas consigo y a cada paso que daba, se situaba, producto de  su mente atenazada por el miedo, en un macabro campo de concentración ideado por la humanidad en su mejor versión siniestra. Se imaginaba cual prisionero en la tristemente célebre segunda gran guerra, camino a su disolución en medio de la nada. El pelo rapado, el frío que no desaparecía con la ropa de invierno que aprisionaba su piel y la angustia como epidermis contribuían espectacularmente a esta sensación de final no deseado.
No parecía haber luz esperanzadora en aquel ambular grisáceo. Solo unos focos potentes a cuyo través se visibilizaba una cortina de fina aunque persistente lluvia que por momentos se transformaba en agua nieve.
Según se acercaban hacia el cuartel, la película que Guillermo iba visionando en solitario  incorporó una banda sonora de letra macabra donde resaltaba el estribillo”¡Bichos, bichos, vais a morir esta noche!”. Bocas anónimas y veteranas aullaban "¡De esta noche no pasaréis!" con groseras risotadas como epílogo.
Guillermo una vez dentro del cuartel observó rostros que le observaban y siguiendo las instrucciones recibidas, se situó al lado de  una metálica e impersonal silla junto a la litera que sería su metálico e impersonal lecho. La cabeza le daba vueltas y a pesar de la baja temperatura, ardía de dolor.
Unos minutos mas tarde, en el umbral del barracón surgió una figura diligente enfundada en la pesada ropa militar. Solo eran visibles unos ojos intensos, almendrados y oscuros que se dirigieron raudos hacia la figura de un Guillermo extenuado. Con un tono desangelado y autoritario el mando castrense increpó a Guillermo de tal forma que el recién estrenado soldado se perdió en un laberinto de explicaciones a medio cocer totalmente  ininteligibles. El mundo era una fuerza altisonante, oscura y pesada que caía sobre Guillermo.
No pasaron dos minutos hasta que el cabo se bajara el pasamontañas y una sonrisa de dientes entrañables y desiguales trajera el rostro de Leandro, quien por necesidades de servicio, había ido a parar al lugar en el que se encontró con su mejor amigo. La estancia, otrora glacial y amenazadora trocó en cálida y reconfortante. El abrazo, la compañía, la seguridad de ser sostenido desde el afecto se abrieron camino en aquella lejana tierra, perdida en los mapas en una estación invernal. Guillermo y Leandro compartieron  complicidades, esas que crean vínculos que, por mucho tiempo que pase,  nos se deshacen. Buena semana.






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