Mara Umberta encontró, por
casualidad, la definición de la entrada sorondo, en el diccionario. Tras echar
un vistazo, la leyó en voz alta casi deletreando cada palabra: “aplícase a los
frutos tardíos” - recitó.
Mientras pronunciaba la s
final su mirada parecía contemplarse en un espejo, no de cristal, sino en un
azogue lingüístico; y con la emoción genuina que brota del encuentro con el
descubrimiento largamente anhelado, expresó, también en voz alta, su particular
Eureka:”Yo soy soronda”. Y lo que hasta ese momento solo había sido una
intuición trocó en certeza.
Mara Umberta fue la última
de una familia numerosa cuya llegada generó mas desconcierto que alegría pues
su hermano más cercano le llevaba siete años. Desde pequeña había tenido la
impresión de que necesitaba más tiempo para realizar cualquier tarea que el
resto de sus iguales, familiares o amigos. Incluso su cuerpo tardó en
desarrollar toda su voluptuosidad pasada la veintena, transitando la
adolescencia en modo sempiterna seminiña.
Mara Umberta se acostumbró a
ir a la zaga. Terminó por no preocuparse por llegar la primera, consciente de
que su ritmo se regía por leyes ralentizadas .A base de repetición ella vivía
en cámara lenta, llegando tarde a donde se suponía que debía arribar según la
clasificación de las , etapas evolutivas
pergeñadas por las mentes entendidas.
Mara Umberta tardó en
conocer su ritmo, aceptarlo, disfrutarlo y considerarlo como un aliado. En un
mundo donde todo era para ayer, ella seleccionó, diseccionó y se posicionó a
favor de lo que su lento ambular le indicaba como importante, fuera urente o
no.
Mara Umberta de vuelta al
vocablo que la definió, recordaba cuando de joven el cartero que la rondaba le
trajo un telegrama citándola a la salida de la iglesia dos días más tarde. Con
ternura rememoraba su ingenuidad cuando tras recibir la nota, su madre,
analfabeta, le exigió que se la leyera; y ella, soronda total, leyó hilo por
pabilo, sin creatividad alguna. Finalmente se acordaba de que dos días después,
fue a misa en otra iglesia, distante de la habitual, acompañada de su avispada
madre.
Mara Umberta acumulaba
anécdotas de este tipo sin enojo, miedo o tristeza. Percibía que las cosas
ocurrían con demasiada celeridad y ella no estaba por montarse en ninguna
montaña rusa. Cuando conoció estas siete letras unidas encontró un traje a su
medida y a partir de ahí saboreó el valor extraordinario que tiene ser una fruta de fuera de temporada. Buena semana.
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