Gregorio no era viajante de comercio;
regentaba un hostal en una ciudad con mar. Tampoco se apellidaba Samsa; su
apellido, de origen español, se remontaba al siglo XV y podría traducirse como
“hijo de Hernán o de Hernando.
Gregorio era una persona pulcra; daba igual la
hora del día o de la noche que fuera porque nunca lucía despeinado, con la ropa
arrugada o el gesto descuidado. Para él, la imagen era tan importante que con
el andar del tiempo llegó a confundirse con ella. Siempre que se le ponía a tiro un espejo, escaparate o
azogue generoso, el rabillo del ojo ansiaba encontrar el reflejo de lo perfecto
en el otro lado del mirar.
Gregorio siempre estaba
ocupado. Hombre de grandes responsabilidades iniciaba el día con una
concienzuda puesta a punto higiénica, estética y algo tétrica. Mantenía una
distancia con el mundo que consideraba saludable para evitar contaminarse con
la maldad que atisbaba en cada guiño, en toda mueca cazada al vuelo (alto o
rasante) o en el semblante que mudaba de
color o expresión en consonancia con los acontecimientos cotidianos.
Gregorio estimaba que era de
mal gusto mostrarse con sus luces y sus sombras y a base de ocultarse llegó un momento en el que
se perdió. De pronto se encontró ante una pared blanca, ligeramente desconchada
y con una intensa necesidad de escalarla. Paulatinamente, se encerró en sí
mismo y las fragancias apetecibles se convirtieron en aquellas que olían a
putrefacción y rancia nostalgia. Incluso
su amor a la rutina devino en una suerte de azar donde primaba la
aventura, el andar errante por un empinado y agrietado tabique. El lenguaje
perdió su formalismo y se hermanó con lo gutural. No precisaba de fonemas
ordenados para expresarse.
Gregorio no volvió a la
trinchera desde la que la vida parecía tener sentido mientras recibía
huéspedes, ávidos de dormir en una cama ajena y de respirar un aire foráneo.
Simplemente cierto día no acudió a su puesto de trabajo y a partir de entonces,
se retiró a su habitación de por vida.
Gregorio tenía familia. Su
mujer e hijos en un principio se preocuparon por el cambio tan imprevisto como
incomprensible que experimentaba el hasta entonces llamado cabeza de familia.
Meses más tarde quedó integrada la nueva situación con el refrendo de un
diagnóstico médico.
Gregorio tuvo entonces la
coartada para formar parte de la ingente población de 4500 especies de insectos hemimetábolos ,de alas cortas y corto
vuelo, solo aspiraba a recorrer una y otra vez los límites de esa estancia
interior en la que voluntariamente había
decidido recluirse. ¡Quién sabe si con el paso del tiempo se metamorfosearía en
libre, efímera y bella mariposa aunque para ello hubiera de ejercer durante una
temporada de capullo!. Buena semana.
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