Escarlata no había puesto a
Dios por testigo ante histriónicos juramentos . Prefería que en caso necesario el declarante fuera
mortal. Pero nunca se había visto en tal tesitura por lo que el recurso a la
divinidad quedó relegado a una excedencia que devino en crónica. Llevaba veinte
minutos concentrada en la pantalla del ordenador, tan absorta en su trabajo que
no percibía el traqueteo con sabor ligeramente metálico del tren. Aún restaba
otra media hora de trayecto cuando un señor oblongo se sentó a su lado y con el
mayor de los descaro fijó la vista en la pantalla del portátil de Escarlata que
mostraba hermosas imágenes de cielos pintados con la aurora boreal.
Escarlata, al percatarse de
la intromisión visual , experimentó una ligera incomodidad que hizo que
recolocara las escápulas, las crestas ilíacas y hasta los isquiones. Era una
reacción que había automatizado tras años de práctica de Pilates ante la necesidad
de revisar una postura física o mental.
El señor no se dio por
aludido y, como era de esperar, prendió la mecha de la conversación. Escarlata
ya se imaginaba las palabras envueltas en la gelatina de la pesadez adherida a
los treinta minutos del viaje hasta que llegara a su fin. Pero
sorprendentemente el hombre demostró un conocimiento algo más que el de nivel
de usuario sobre el qué, el cómo y el porqué de este fenómeno natural que
acontece cuando los vientos solares afectan al campo magnético de la Tierra.
Escarlata, animada por la
charla erudita, dejó de prestar atención a las cifras y letras por memorizar, desapareciendo
el sístole y al diástole del cercanías al quedar prendada de la catarata de
información que, generoso, aquel desconocido ponía a su disposición aderezada
con entretenidas anécdotas.
Anochecía sin prisas y sin
tanta vistosidad como en las regiones cercanas al polo, cuando la charla derivó
hacia otros derroteros celestiales. Escarlata , astrónoma de profesión y
vocación, se maravillaba ante los enigmas que guardaba celosa la Luna y casualmente
terminó su planteamiento con una retórica en apariencia, inocente, ¿”A fin de
cuenta quién vive en La luna para descifrar tanto misterio?.” A lo que el
varón, con la misma naturalidad con la que había desplegado todo su saber
contestó
“Yo .Vivo en la cara oculta
de la Luna extrayendo diamantes”.
Acto seguido se levantó y
desapareció tras las puertas que no tardaron en volver a cerrarse.
Escarlata constató que en
dos paradas llegaría a su destino y masticando los momentos vividos con aquel
desconocido lamentó que el científico
minero no se hubiera bajado del tren minutos antes de lo que lo hiciera,
ahorrándole la tarea de desentrañar otro misterio aún mayor que los que
acompañan al
tamaño, órbita, estructura, composición interna y origen de la Luna. Buena
semana.
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