domingo, 3 de abril de 2016

CALIBRANDO ….

Enma estaba satisfecha con su vida conyugal y además no era francesa. Llevaba casada con Carlos veinte años e intuía que bien podrían pasar juntos otros veinte. De todas formas, no era un tema que le ocupara mucho tiempo. Enma era una mujer práctica que entendía que el futuro  era demasiado abstracto para dedicarle más pensamientos de los estrictamente necesarios.
Enma era comadrona y estaba razonablemente feliz con su trabajo. A base de ayudar a traer tantas vidas al mundo, desarrolló una relación con la ternura que la manifestaba en la delicadeza con lo pequeño, lo diminuto,
Enma acudía a su cita semanal para la manicura  y la pedicura pues consideraba que los dedos eran el contacto con el que se asía la realidad y con el que se fijaba a la tierra. Nunca le gustó lo barroco. Ella experimentaba, más bien, el horror a lo lleno. Y Carlos compartía su fobia. La decoración del hogar era renovada cada cuatro estaciones. Dado lo austero de su gusto, la pareja no empleaba mucho dinero en cambiar la tonalidad de cortinas, alfombras, colchas y forros que armonizarían durante un año envueltos en la fragancia de canela que si bien era un poco dulzona, recordaba las natillas caseras de una infancia que cada vez con mayor rapidez, se alejaba.
Enma, en general, relegaba para el final la tarea que tuviera que ver con la burocracia, que su forma de pensar, consideraba, en gran medida, inútil. Para ella, lo importante era la acción, no la anotación, escrita o virtual de la misma. Barruntaba que de seguir ampliando sus dominios el papel material o digital, las personas trocarían en archivos encriptados.
Enma había salido del paritorio, feliz y se disponía a realizar la tarea menos gratificante de las que tenía encomendadas. A los pocos minutos de iniciarla bufó ante el parón de la impresora que se negaba a mostrar el certificado del último nacimiento hospitalario, acaecido hacía apenas una hora . Miró una pequeña pantalla grisácea y leyó la palabra CALIBRANDO. Por experiencia sabía que  esto suponía estar pendiente del monitor hasta que indicara que había medido lo que había de valorar. Ante la demora que imponía la máquina le dio por pensar en qué estaría ajustando el artefacto para que volviera a la realización de su tarea habitual con la eficacia que se esperaba.
Enma sintió algo parecido a la empatía con aquel aparato rectangular y se preguntó qué era lo que ella calibraba, equilibraba, cuando en su vida había algún desajuste. Repasó situaciones diversas de desasosiego, terremotos emocionales o tsunamis mentales que en más de una ocasión la habían vuelto del revés y sin saber cómo se le vino a la cabeza y al corazón el cuerpo vivaracho envuelto en la gelatina de la vida del último recién nacido. En un instante se contempló animando a la esforzada madre a empujar, a respirar y acogiendo al esperado pequeñito al que acompañó en su llanto inicial segura de que cesaría a su debido  tiempo. Un pitido anunció que la tarea de ajuste había acabado y a continuación el rutinario sonido de la impresión de documentos dotaba de identidad a neonato que segundos antes poblara la mente de la partera.
Enma tomó el papel y se preguntó si en el artilugio tecnológico había lugar para el ánimo, el empuje, el afecto, el acompañar la manifestación del dolor ajeno , a la hora de calibrar su sistema. Y práctica, como era se contestó que por ahora, en eso la humanidad, seguía teniendo ventaja, quedara o no, registro de entrada. Buena semana.


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