Guacimara y Ruyman se aman.
Es una curiosa coincidencia que el vínculo que les une se asemeje al de sus
homónimos guanches allá por el siglo XV.
Guacimara, no obstante,
confía en que su querer no tenga que sortear las dificultades tan dramáticas de
sus antepasados. Si bien es verdad que es una mujer de carácter, no está
dispuesta a tirarse por ningún acantilado, literal o metafórico. Le gusta su
nombre, le parece hermoso, sonoro y acogedor como una cómoda cuna. Le agrada el
dulce equilibrio entre las vocales cerradas y la primera vocal del alfabeto; a
veces su nombre mengua (según la familiaridad de quién lo pronuncie) y deviene
en un Guaci que suena a Casi.
Guacimara, en múltiples
ocasiones, se siente así: habitando un estado de casi vida, un estado de
suplencia vital. Considera que el baipás (baypass) emocional que instala en su
sentir termina por resultar obsoleto y
retornan las situaciones añejas no resueltas demandando una solución que les
permitan iniciar un viaje sin retorno. Entonces ella siente que no es dueña de
su pensar, sentir, hacer. Es el momento en el que vive desde el banquillo, sin titularidad. Y
es cuando se prepara un menú cuyo plato estrella es un contundente revuelto de
destino y azar.
Guacimara aprende a medir el
tiempo con una vara personalizada, tuneada con los colores del por qué y del
para qué. A base de entrenarse, comprende que en muchos aspectos , se habita en la suplencia, ese colchón que asegura la continuidad de la acción, el plan B que resuelve el entuerto que corresponda, ya sea de necesidades, intereses o deseos.
Guacimara está a punto de
tener la menstruación. Sabe que por esta razón es el momento de pensar en todo
lo que ya no necesita para su andadura, de trasmutar lo perdido en gratitud por
haberse vivido.
Guacimara, en días como
estos, conduce hacia los riscos donde rompe el mar del norte. Una vez allí
lanza piedras al océano con las que se desembaraza de lo que, en vez de sumar,
se ha convertido en resta que lastra.
Guacimara, más ligera tras
dejar atrás el peso de las ataduras retorna al hogar dispuesta a construir un nuevo
itinerario en el mapa de sus días. Es sabedora de que, cuatro lunas más tarde,
habrá un acantilado esperando por el que tirará sin tirarse. Buena semana.
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