Tenesor dejó de comer,
adelgazó hasta tal punto que el médico hubo de recetarle lo que la madre
llamaba un reconstituyente; el
doctor, amigo de la familia y conocedor del carácter obstinado de la
progenitora, a estas alturas, no se molestaba en explicar los componentes del
jarabe recetado, sabedor de que sus palabras se las llevaría el
viento.
Tenesor con su
reconstituyente entre pecho y espalda no lograba hacer que la sangre volviera a
su rostro.La palidez devino en blancura como si de un vampiro se tratara. Y
dada la moda cinematográfica que habían popularizado las películas de aquellos
seres eternos pero sin vida, Tenesor hubo de añadir a los calificativos de gallina, por su renuencia a la
violencia; tenedor, por un grotesco y
siniestro juego de palabras, el de chupasangre
por el color de su rostro.
Tenesor, en aquellos momentos, se sentía extraviado en un espacio y tiempo equivocados, por ser
incomprensibles para él, que solo quería que le dejaran tranquilo, que no le
dijeran nada. A raíz de esto, empezó a cultivar un sentimiento desconocido pero
tan intenso como vertiginoso: el odio. Tenesor detestaba todo y a
todos los que le rodeaban; no se soportaba y renegaba de su nombre, objeto de
burlas y humillaciones. Se sentía aislado. No tenía con quién hablar.
Tenesor, cierto día, acudió
por la inercia de la obligación escolar, a una charla sobre aviónica; en las
palabras de las personas que publicitaban su formación encontró el auténtico
reconstituyente que su ser necesitaba; no era el proporcionado por el galeno o por el amor materno; por fin tenía UN PROPÓSITO.
Desde entonces, su vida fue cambiando; había hallado la actividad que le hacía
volar hacia las estrellas con el arraigo en la tierra.
Tenesor se aplicó en los
estudios; paulatinamente dejó de encontrar ajos en su pupitre y las siluetas de
sus enemigos se tornaron en sombras chinescas desdibujadas hasta que desaparecieron
de su entorno, previsiblemente en busca de otra víctima más propicia.
Tenesor, bregando hoy en su empresa
de notable prestigio, recuerda el camino, angosto y solitario, regado de
pérdidas y duelos que hubo de transitar en otro tiempo de oscuridad y falsos
apegos. Le viene a la memoria cómo llegó al punto de anhelar la mayoría de edad
para cambiar su nombre, por otro que, en el mundo de la crueldad fuera
aceptado; incluso había escogido renacer como Fernando. Pero finalmente,
encontró las fuerzas y resistió.
Tenesor, desde la madurez
contempla con ternura a ese niño asustado, solitario y herido quien supo
convertirse en el hombre de “agradable presencia y majestuosa vista”, que desde
el espejo le sonríe. Y él, alegre cómplice, guiña el ojo ..... a los dos. Buena
semana.
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