domingo, 21 de agosto de 2016

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS

Guayarmina contempló el árbol robusto que había crecido en el jardín sin que ella hubiera plantado semilla alguna. Bien es verdad que, ocupada como estaba en el trajín de la cotidianeidad acelerada, descuidó el crecimiento progresivo del  pequeño brote hasta que devino en un tronco lo suficientemente fornido como para  necesitar de la fuerza física que abriera un espacio de claridad en el ocupado por el incómodo intruso.
Guayarmina tenía previsto cultivar hortalizas y flores en los terrenos habilitados para las tareas agrícolas que ponían una nota de vida y esperanza en lo que en su hogar llamaban El jardín. Sonrió al recordar que así era conocida la escuela de Epicuro que articulaba su enseñanza en torno al placer, en un momento histórico de crisis, donde la esperanza visitaba sucesivos vestidores en busca del atuendo idóneo al momento; en su periplo recorrió los apretados diseños estoicos, los modelos casual de los escépticos,  las propuestas minimalistas de los cínicos e incluso recaló  en las voluptuosas costas de los hedonistas.
Guayarmina había disfrutado mucho de aquella antesala vegetal que acogía como buena anfitriona a cuanto visitaba su casa. Pero el devenir de los tiempos había ido trocando los metros cuadrados, hibridos entre ladrillo y vegetación, en un lugar de paso más que de estar.
Guayarmina dejó de posar su mirada en aquel amplio rectángulo que, imperceptiblemente quedó como fondo difuso cediendo el protagonismo  a las urgencias y obligaciones. La desatención trajo el abandono y con él el deterioro donde no reconocía su deseo de crear. Nacieron malas hierbas que no por dañinas fueron débiles y ante las que experimentaba un rechazo  torpe.
Guayarmina cuando tomó consciencia de que el crecimiento es inevitable pero que la elección de la semilla es opcional, inició  una inmersión en el  rico reino de las necesidades humanas y fue seleccionando con conocimiento, cuidado y dulzura, aquellas simientes que en su desarrollo, traerían los frutos con los que saciar sus anhelos.
Guayarmina decidió que estaría bien tener hierbas aromáticas disponibles, dado el deleite que le producía una taza de agua que le perfumaba las entrañas. De entre todas, la manzanilla era su Chanel nº 5 con el que, habitualmente compartía lecho, ya fuera en  solitario o acompañada.
Guayarmina inició el protocolo de poda y arranque de lo invasivo, dispuesta a dejar la tierra preparada para una nueva cosecha. Contemplando la frondosidad de aquel ´gigante vegetal, que como beneficio colateral le había proporcionado frescor, en especial,  durante varios estíos, agradeció la sombra que le brindara y se dispuso a buscar cobijo en otro reflejo más luminoso. .  Buena semana.







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