Guayarmina contempló el
árbol robusto que había crecido en el jardín sin que ella hubiera plantado semilla
alguna. Bien es verdad que, ocupada como estaba en el trajín de la
cotidianeidad acelerada, descuidó el crecimiento progresivo del pequeño brote hasta que devino en un tronco lo
suficientemente fornido como para necesitar
de la fuerza física que abriera un espacio de claridad en el ocupado por el
incómodo intruso.
Guayarmina tenía previsto
cultivar hortalizas y flores en los terrenos habilitados para las tareas
agrícolas que ponían una nota de vida y esperanza en lo que en su hogar
llamaban El jardín. Sonrió al recordar que así era conocida la escuela de
Epicuro que articulaba su enseñanza en torno al placer, en un momento histórico
de crisis, donde la esperanza visitaba sucesivos vestidores en busca del
atuendo idóneo al momento; en su periplo recorrió los apretados diseños
estoicos, los modelos casual de los
escépticos, las propuestas minimalistas
de los cínicos e incluso recaló en las voluptuosas
costas de los hedonistas.
Guayarmina había disfrutado
mucho de aquella antesala vegetal que acogía como buena anfitriona a cuanto
visitaba su casa. Pero el devenir de los tiempos había ido trocando los metros
cuadrados, hibridos entre ladrillo y vegetación, en un lugar de paso más que de
estar.
Guayarmina dejó de posar su
mirada en aquel amplio rectángulo que, imperceptiblemente quedó como fondo
difuso cediendo el protagonismo a las
urgencias y obligaciones. La desatención trajo el abandono y con él el deterioro
donde no reconocía su deseo de crear. Nacieron malas hierbas que no por dañinas
fueron débiles y ante las que experimentaba un rechazo torpe.
Guayarmina cuando tomó
consciencia de que el crecimiento es inevitable pero que la elección de la
semilla es opcional, inició una
inmersión en el rico reino de las
necesidades humanas y fue seleccionando con conocimiento, cuidado y dulzura, aquellas
simientes que en su desarrollo, traerían los frutos con los que saciar sus anhelos.
Guayarmina decidió que estaría
bien tener hierbas aromáticas disponibles, dado el deleite que le producía una
taza de agua que le perfumaba las entrañas. De entre todas, la manzanilla era
su Chanel nº 5 con el que, habitualmente compartía lecho, ya fuera en solitario o acompañada.
Guayarmina inició el
protocolo de poda y arranque de lo invasivo, dispuesta a dejar la tierra
preparada para una nueva cosecha. Contemplando la frondosidad de aquel ´gigante
vegetal, que como beneficio colateral le había proporcionado frescor, en
especial, durante varios estíos,
agradeció la sombra que le brindara y se dispuso a buscar cobijo en otro
reflejo más luminoso. . Buena semana.
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