Bentejui patinaba
entretenido mientras recorría las calles que separaban su casa del parque
dedicado a la paz, auténtico pulmón de la ciudad. Le gustaba contemplar el
paisaje urbano mientras a ritmo constante, sin prisas pero sin pausas, sus ojos
se deslizaban por los rincones de la ciudad en una mirada efímera que apenas se
posaba, levantaba el vuelo.
Bentejui era proclive a las
causas perdidas que a menudo
encontraba a su paso. No se
rendía fácilmente y entendía que la caída era el indicio de que habría que
levantarse. Esa era la vida para él. No la calibraba por el éxito o el fracaso,
pues había aprendido que ambos son aparentes aunque a menudo se presenten con
el envoltorio de la objetividad y los lazos del espurio dulzor o amargor.
Bentejui llevaba en su
mochila un sabroso bocadillo de chorizo de Teror al que pensaba hincar el
diente en cuanto llegara a su meta y se sentara a la sombra de su acebuche
preferido. Y después unos buenos buches de Cliper de fresa.
Bentejui no entendía cómo
los gestores de lo público y el público aunque no gestionara parecieran hacer
oídos sordos a las barreras arquitectónicas que a cada paso se encontraba en
las calles que frecuentaba. Desde que adquirió la costumbre de utilizar los
patines como medio de transporte preferente tuvo consciencia de los desniveles
que, como en otros ámbitos de la vida, se daban en el entramado de carreteras y
aceras. Y entonces, observó.
Bentejui contempló un mundo
de sillas de ruedas, cochitos de bebés, andadores, muletas cuyos usuarios
parecían militar en una segunda o tercera división en cuanto a los derechos
civiles se refiere. Hay que aclarar que algún que otro tropezón aceleró esta
toma de consciencia. Así fue como accedió a un universo paralelo al considerado
oficial. Comprendió que la legalidad, si bien reporta numerosas ventajas, no
abarca la realidad en su totalidad y desde entonces mantuvo una duda razonable
sobre toda justificación basada exclusivamente en lo legal. Pensaba también que
se imponía una ampliación de los márgenes que delimitaban el terreno de la
legislación y tras mucho cavilar concluyó que solo sería posible cuando quienes
consensuaran la normativa a seguir por la ciudadanía, definieran como el bien
común aquel que incluyera el bienestar de la población, en la práctica, invalidada
políticamente; y que impidiera el auténtico patinazo que supondría habitar un
hostil universo paralelo. Buena semana.
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