Dácil colocó las
chocolatinas junto a la caja registradora formando una colina dulce.
Llamó a una compañera para que le fuera a buscar un gel de baño solicitado por un cliente que, tras replanteárselo unos minutos, había decidido cambiar el cogido
inicialmente. No obstante, el ladeo de la cabeza, los labios ligeramente
presionados y el ceño fruncido indicaban que la decisión navegaba por las
costas pantanosas de la duda.
Dácil, pasado un tiempo
prudencial, le propuso al mismo usuario del establecimiento que fuera a buscar el producto, dado que era hora
punta y las empleadas no daban abasto. El señor anduvo los pasillos
laberínticos del hiper y regresó con la mercancía en la mano enarbolándola como
bandera triunfal.
Dácil se dispuso a pasar por
el lector digital el código de barras del artículo pero la etiqueta estaba
estropeada, siendo imposible su lectura. Vuelta otra vez a buscar a la
encargada para que le facilitara el código deseado. Y nuevamente el barullo
impidió su localización.
Dácil miró las chocolatinas
que se le antojaban como agua en el desierto. A continuación desvió la vista
hacia la cola que se iba formando como oruga de segmentos desiguales aumentando
en longitud e impaciencia. Por fin, el cliente, protagonista indeciso, suspiró
aliviado cuando Dácil le indicó el precio total de la compra una vez que
accediera a descifrar la enigmática combinación de cifras y letras gracias a la
ayuda de la responsable del comercio. Mientras guardaba el preciado objeto de
deseo junto con el resto de la compra y entregaba
el importe de la misma, el señor, rubio, de pelo lacio con los ojos ansiosos mirando
a diestra y siniestra, murmuraba “Es que pienso tanto,…quiero estar seguro…..porque
soy tan inseguro…..no quiero equivocarme…. ya me he equivocado tantas veces...”.
Y con paso dubitativo pero manteniendo el equilibrio gracias a las dos bolsas llenas que sostenían ambas
manos, semejantes a los platillos de una balanza, salió del supermercado
dejando tras de sí una estela de
interrogantes, una fila nerviosa presta al rápido avance que supondría su
aniquilación y a Dácil que al tiempo que engullía una deliciosa barrita de
chocolate negro, reiniciaba el trabajo maravillada ante el variopinto paisaje
humano divisado diariamente desde su atalaya de cajera. Buena semana.
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