Amelia se apartó
del enjambre de niños y niñas que se
disputaba las guirnaldas de la cabalgata anunciadora del carnaval de la
ciudad. Las serpentinas quedaban sepultadas por una lluvia de confeti que
pronto extendió un manto multicolor en la calle principal, otrora centro
económico y financiero trocado, por arte
de la imaginación, en el punto neurálgico de la fantasía.
Amelia y su familia
vestían un disfraz en cuyo diseño, confección y acabado había puesto
todo el clan, ilusión, dinero y pericia. Representaba a un grupo de roedores
atrapados en una trampa metálica mientras abrazaba una porción de queso
amarillo, con agujeros incluidos.
Amelia disfrutaba con las carnestolendas, gusto que en su
infancia le fue inoculado como las vacunas que dosis a dosis la protegían de
las plagas infantiles Recordaba que cuando salía de cada visita al centro
médico, le esperaba la naranjada en vaso grande y el sandwich mixto en la
churrería junto al ambulatorio que ponía
fin a la ceremonia en la que aprendió a hacerse grande haciéndose fuerte.
Amelia y su familia, en modo nómadas, bailaban en la comitiva que
acompañaba a una carroza que había optado por recuperar la estética bucanera
.Transcurrieron varios kilómetros donde los encuentros efímeros, alegres,
triviales poblaron de anécdotas, miradas, gestos y abrazos, el aire que de
normal lucía enrarecido y serio.
Amelia saboreaba los rituales; con el pasar de los
años reconoció que gran parte de sus
buenos recuerdos estaba vinculada a pasarelas de diversa índole donde a
veces era público y otras, protagonista.
Le embriagaba la esencia de la ilusión
en la cabalgata de Reyes cuando con avidez
se apoderaba de los caramelos que un ejército indisciplinado de peques pretendía disputarle. Sonreía con
el olor de las barras de pinturas de maquillaje que con el carnaval volvían su
rostro del revés y le permitían asomarse a ser con otras posibilidades .. Se
emocionaba con los efluvios del incienso que en Semana Santa ambientaban la ciudad, esparcidos con generosidad
por unos capuchinos púrpuras de ojos inquietantes. Disfrutaba del olor a sal
mezclado con protector solar y after sun en los paseos marítimos cada verano….
Amelia en medio de la marea festiva de gente de ingenioso
y alegre vestir comprendió que su vida
bien podría ser como una peculiar rebatiña en la que cada momento, dentro o
fuera del desfile de turno, la situaba en pugna feroz por hacerse con la
satisfacción de exprimir hasta la última
gota del jugo de la vida. Y así le va. Buena semana.
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