domingo, 12 de marzo de 2017

nº 191 REBATIÑA


Amelia  se apartó del enjambre de niños y  niñas que se disputaba las guirnaldas de la cabalgata anunciadora del carnaval de la ciudad. Las serpentinas quedaban sepultadas por una lluvia de confeti que pronto extendió un manto multicolor en la calle principal, otrora centro económico y financiero trocado,  por arte de la imaginación, en el punto neurálgico de la fantasía.
Amelia y su familia  vestían un disfraz en cuyo diseño, confección y acabado había puesto todo el clan, ilusión, dinero y pericia. Representaba a un grupo de roedores atrapados en una trampa metálica mientras abrazaba una porción de queso amarillo, con agujeros incluidos.
Amelia disfrutaba con las carnestolendas, gusto que en su infancia le fue inoculado como las vacunas que dosis a dosis la protegían de las plagas infantiles Recordaba que cuando salía de cada visita al centro médico, le esperaba la naranjada en vaso grande y el sandwich mixto en la churrería  junto al ambulatorio  que ponía fin a la ceremonia en la  que aprendió a hacerse grande  haciéndose fuerte.
Amelia y su familia, en modo  nómadas, bailaban en la comitiva que acompañaba a una carroza que había optado por recuperar la estética bucanera .Transcurrieron varios kilómetros donde los encuentros efímeros, alegres, triviales poblaron de anécdotas, miradas, gestos y abrazos, el aire que de normal lucía enrarecido y serio.
Amelia saboreaba los rituales; con el pasar de los años  reconoció que gran parte de sus buenos recuerdos estaba vinculada  a pasarelas de diversa índole donde a veces era público y otras,  protagonista. Le embriagaba  la esencia de la ilusión en la cabalgata de Reyes cuando con avidez  se apoderaba de los caramelos que un ejército indisciplinado  de peques pretendía disputarle. Sonreía con el olor de las barras de pinturas de maquillaje que con el carnaval volvían su rostro del revés y le permitían asomarse a ser con otras posibilidades .. Se emocionaba con los efluvios del incienso que en Semana Santa  ambientaban la ciudad, esparcidos con generosidad por unos capuchinos púrpuras de ojos inquietantes. Disfrutaba del olor a sal mezclado con protector solar y after sun en los paseos marítimos cada verano….
Amelia en medio de la marea festiva de gente de ingenioso y  alegre vestir comprendió que su vida bien podría ser como una peculiar rebatiña en la que cada momento, dentro o fuera del desfile de turno, la situaba en pugna feroz por hacerse con la satisfacción  de exprimir hasta la última gota del jugo de la vida. Y así le va. Buena semana.



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