domingo, 19 de marzo de 2017

nº 192 MORISQUETA


Adán era una persona seria. Para él la vida exigía tener un plan que enmarcara la acción, ya fuera pasada, presente o futura. Era un hombre de cifras que no desdeñaba las letras; en su justa medida, naturalmente.
Adán no soportaba el histrionismo. Le gustaba que su rostro reflejara la simetría que consideraba natural. Admiraba el orden de la naturaleza; para él era la perfección.
Adán se recreaba en la visión geométrica de la realidad: el punto, la línea, el volumen. Investigaba a su alrededor descubriendo polígonos en dondequiera que posaba sus ojos; pensaba que encontrarlos era cuestión de tiempo, empeño y atención; formas y fórmulas regían su vida.
Adán, en caso de trocar en objeto, hubiese deseado convertirse en cubo de Rubik. Cada cara en un caos inicial que poco a poco se diluiría en la uniformidad monocolor: azul, blanco, rojo, verde, amarillo y naranja.
Adán catalogaba la contradicción como el obstáculo a derribar. Experimentaba el día como día y la noche como noche. El año tenía cuatro estaciones. Agosto era el mes de vacaciones. Y el 31 de diciembre, fin de año.
Pero Adán cambió. La vida le hizo una morisqueta , carantoña ,cuya incógnita no pudo despejar con fórmula alguna; después, aunque tuviera ese poder, no deseó su resolución matemática.
Adán se enamoró y amó. Cuando divisó, en la cuadrícula que era su paisaje vital, aquella sonrisa, franca, sin expectativa, que encajaba armoniosamente en un rostro asimétrico, se sintió perdido y encontrado. Como castillo de naipes en equilibrio precario, su vida se vino abajo.
Adán, hombre disciplinado, de espíritu espartano, resistió y se resistió al embate de lo que por primera vez se salía de su marco de referencia. Consultó analíticas y el estado de los neurotransmisores, ávido por encontrar una explicación para el arrebato que cada vez le preocupaba menos y le ocupaba más.
Adán, tras perder el tiempo necesario para comprender que no había tiempo que perder, reconoció que “se había definido con la lentitud del sol atravesando el cielo”, tal como escribiera Joyce Carol Oates en La hija del sepulturero.
Adán reconoció que Lilith y Eva eran las dos caras de una misma persona con la que tejió un hermoso vínculo; y aceptó que en él también estaba el bufón, el polichinela que llevaba dentro, tan escondido, que ni en carnavales  dejaba asomarse a la ventana.
Adán dejó de averiguar la forma de su corazón más allá del constante bombeo de sangre. Y a partir de entonces fluye con dicho torrente. 
Adán es feliz, aunque no siempre esté feliz. Buena semana.


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