domingo, 5 de marzo de 2017

nº 190. OJOS EPICANTOS

Mauro tenía como  afición  pintar ojos. Empezó de niño y era su forma preferida de evocar. No solo retenía una mirada sino que la reproducía con total fidelidad utilizando trazos certeros.
Recordaba el azul mirar  de su madre y el azabache de su padre. Recordaba los arrugados candiles desde los que sus abuelos agasajaban su crecimiento. Recordaba la dulzura con que lo veía  su primera maestra descubriéndole mundos maravillosos en cifras y letras. Recordaba el ardor en las pupilas de su primer amor. Recordaba el gélido vistazo de la incomprensión ante  la injusticia tanto  cotidiana como excepcional. Recordaba el dolor hecho visión en cada uno de los pacientes que acudía a su consulta. Recordaba el egoísmo de la vista que destruye y abandona sin mirar atrás…
Y ahora, ante esos ojos epicantos, venidos de una lejana cultura, reposa, seguro de que el aire que respira es la vida convertida en vaharada de esperanza. Feliz conjuntivitis que hizo que ella recalara en el servicio de urgencias la noche que él tenía guardia. Feliz causalidad que ella no pudiera regresar a Japón, el país del sol naciente y su país de origen, por haber enfermado de una gripe que la tumbó una semana y cuyos últimos coletazos habían hecho que ella diera con sus pasos en aquel centro médico.

Bellos ojos epicantos que desde entonces miran junto a él. Y cuando se alejan, él los recuerda. Buena semana.

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