Olivia se fue a vivir a otra ciudad por una de las dos
razones que, habitualmente, propician el cambio de residencia: por amor o por
trabajo; a veces ambas coinciden.
Olivia estaba enamorada hasta la médula y no dudó en dejar atrás abrigos y bufandas para derretirse bajo un sol de justicia; del cielo protector blanquecino y escaso pasó a cobijarse bajo una bóveda azul celeste que aumentaba su intensidad cuando principiaba julio.
Olivia aprendió otro idioma y su mirada descubrió la belleza de un lugar que con el pasar del tiempo llegó a conocer en cada recoveco. Y con el conocimiento vino el amor a la tierra, otrora extranjera, a sus tradiciones, a su manera de decir con piedra, flora y fauna… aquí hay vida.
Olivia empezó con lo de la fotografía de forma casual. En una tienda a la que se había habituado, pues rara era la semana que no acudía, fue obsequiada por su compra en el periodo navideño, con unos números que de coincidir con un sorteo tradicional otorgarían premios varios a los agraciados.
Olivia tenía treinta papeletas pues era una auténtica vecera. De hecho el personal del establecimiento la saludaba con afecto e intercambiaba con ella comentarios que a veces iban más allá del tiempo o del último vaivén político.
Olivia ganó una cámara fotográfica quince años atrás y a partir de ahí empezó a contemplar la vida con otros encuadres. Primero le atrajo las sonrisas y durante varias estaciones construyó un mundo de labios con tendencia ascendente y cachetes que apetecían pellizcar.
Oliva pasó una época en la que su pupila en el objetivo fijó el iris de los seres vivos que la rodeaban. Aprendía mirando el mirar ajeno.
Olivia se aventuró, más tarde, por el espacio urbano escudriñando esquina, portal, alféizar, rincón o detalle que le brindara un ángulo sugerente. Y así empezó su romance con el entorno del que poco a poco se sintió parte.
Olivia sabía que no se es solo del lugar en el que se nace sino del que te quiere. Y ella se sentía querida, cada noche y cada mañana por la ternura o la pasión de su amado. Pero también por el arrope de una tierra que retrataba en sus más genuinas manifestaciones.
Olivia no solo era vecera de aquel comercio que estaba cerca de su hogar, al doblar la esquina. También era asidua del paraje que trayendo el aroma salado marino daba sostén a sus pies y alas a su imaginación con solo pulsar un click. Buena semana.
Olivia estaba enamorada hasta la médula y no dudó en dejar atrás abrigos y bufandas para derretirse bajo un sol de justicia; del cielo protector blanquecino y escaso pasó a cobijarse bajo una bóveda azul celeste que aumentaba su intensidad cuando principiaba julio.
Olivia aprendió otro idioma y su mirada descubrió la belleza de un lugar que con el pasar del tiempo llegó a conocer en cada recoveco. Y con el conocimiento vino el amor a la tierra, otrora extranjera, a sus tradiciones, a su manera de decir con piedra, flora y fauna… aquí hay vida.
Olivia empezó con lo de la fotografía de forma casual. En una tienda a la que se había habituado, pues rara era la semana que no acudía, fue obsequiada por su compra en el periodo navideño, con unos números que de coincidir con un sorteo tradicional otorgarían premios varios a los agraciados.
Olivia tenía treinta papeletas pues era una auténtica vecera. De hecho el personal del establecimiento la saludaba con afecto e intercambiaba con ella comentarios que a veces iban más allá del tiempo o del último vaivén político.
Olivia ganó una cámara fotográfica quince años atrás y a partir de ahí empezó a contemplar la vida con otros encuadres. Primero le atrajo las sonrisas y durante varias estaciones construyó un mundo de labios con tendencia ascendente y cachetes que apetecían pellizcar.
Oliva pasó una época en la que su pupila en el objetivo fijó el iris de los seres vivos que la rodeaban. Aprendía mirando el mirar ajeno.
Olivia se aventuró, más tarde, por el espacio urbano escudriñando esquina, portal, alféizar, rincón o detalle que le brindara un ángulo sugerente. Y así empezó su romance con el entorno del que poco a poco se sintió parte.
Olivia sabía que no se es solo del lugar en el que se nace sino del que te quiere. Y ella se sentía querida, cada noche y cada mañana por la ternura o la pasión de su amado. Pero también por el arrope de una tierra que retrataba en sus más genuinas manifestaciones.
Olivia no solo era vecera de aquel comercio que estaba cerca de su hogar, al doblar la esquina. También era asidua del paraje que trayendo el aroma salado marino daba sostén a sus pies y alas a su imaginación con solo pulsar un click. Buena semana.
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