Angustias contempló el
sacacorchos que bailaba, inútil, en el cuello de la botella del blanco y frío
vino, ideando una alternativa de urgencia
para hacerse con el preciado elemento. Mientras
Marcelo retiraba del fuego un reparador y nutritivo caldo de gallina,
Angustias tomó un cuchillo delgado y se dispuso a empujar el tapón hasta que
cayera en el licor; después solo habría que colar el apetecible elixir. Así se
lo dijo a Marcelo y, una vez pergeñado el remedio, ambos se pusieron mano a la
obra. Una presionaba y el otro asía fuertemente la botella. Y fue de este modo que en un
visto y no visto, el techo de la cocina, las paredes, la encimera, el suelo, la
ropa y los rostros quedaron veteados por las pinceladas que abarcaban
tonalidades del ámbar. Sorpresa, risa y cambio de ropa (remojo incluido) se
convirtieron en inesperados aperitivos de lo que se presentaba, minutos antes,
como la cena que pondría el esperado y entrañable broche a una jornada habitual. El segundo plato que
habían preparado era unos rollitos de primavera con su correspondiente salsa
agridulce; y como no era cuestión de que la comida compitiera con la bebida en
la bajada de temperatura, Angustias y Marcelo se sumergieron en un paisaje
impresionista mientras degustaban el fin del día.
Marcelo, con la sonrisa que desarma
cualquier desastre, porque edifica el puente hacia la serenidad con los ladrillos
del compromiso, en la reconstrucción ante lo desbaratado, narraba la
conversación que escuchó a dos agentes
de tráfico, mientras comprobaban sus datos en un control rutinario; hacía
referencia a una mujer con la que las autoridades habían tenido sus mas y sus
menos ya que la señora se había tomado a mal la pausa obligatoria; llevaba prisa y le suponía un gran
contratiempo que habría que resolver con explicaciones y burocracia. La
conclusión de los policías fue que probablemente lo que en realidad ocurriera
es que la mujer estaba “falta de un buen macho”. Y con el orgullo y la
satisfacción de quienes, arduamente, lograran inventar la vacuna que derrotara un
mal para la humanidad, dieron por finalizada la conversación, al tiempo que
devolvían a Marcelo la documentación confirmando que todo estaba correcto.
Angustias se lamentó por la no
inclusión de la lógica en los recientes y actuales planes de estudio y porque el concepto PERSONA aun no acogiera
entre sus vocales y consonantes a todos los seres humanos, en teoría y en la práctica. No gustaba Angustias de las
generalizaciones inadecuadas e inflexibles, nido de prejuicios, puesto que entendía que era imposible afirmar la verdad
de aquellas a partir de unos cuantos casos.
Mientras el cálido consomé y el
frío líquido entibiaban su cuerpo, pensó en "esos lugares sombríos en los que
nos refugiamos de tal manera que nos hacen tener por turbio todo lo que está a
la luz," palabras de Pomponio, llegadas hasta hoy gracias al buen hacer de
Séneca.
El futuro traería pintar el
techo, descubrir vestigios de la catarata etílica y comprar un nuevo
sacacorchos para garantizar otras cenas sin este tipo de imprevistos. Pero eso
sería mañana, cuando la luz no quedara atrapada en el caleidoscopio de la
umbría que emerge, desgraciadamente con demasiada frecuencia, ante lo inesperado y nos impide poner palabras
constructivas que expliquen una situación desde la premisa de la empatía o
ponderar importancias y urgencias. Buena semana.
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