domingo, 23 de febrero de 2014

SALIR DEL LABERINTO

Angustias miró el reloj de la cocina y calculó el tiempo que tardaría en llegar al aeropuerto para recoger a Marta, su hija, quien venía con su pareja, Cristina, a pasar unos días en la casa materna. Andaban las jóvenes empeñadas en la maternidad y tras debatir quién de las dos albergaría al futuro retoño, optaron porque fuera Marta quien asumiera el crecimiento de su vientre durante nueve meses.
Angustias rememoraba lo que le costó comprender que Marta y María se amaban con la seriedad que supone el compromiso y con la alegría que posibilita facilitar la vida a la persona amada. Se resistía a entender que a la hora de fundar una familia, no era prioritario el sexo de quienes actuarían como madre o padre; le resultaba incómodo reconocer que tanto la figura paterna (símbolo de la autoridad, del saber poner límite y de la  disposición a la acción) como la figura materna (representante de la capacidad de nutrir, del cuidado propio y ajeno y de la disposición a la observación) pudieran estar desempeñadas por personas donde género y sexo no coincidieran. El desarrollo tecnológico había permitido avances asombrosos en las técnicas de reproducción asistida y Angustias se congratulaba  que así ocurriera. Pero concebir  la familia (unidad básica social en la que ella creía) donde los referentes adultos fueran del mismo sexo,  la sumió en un laberinto de Minotauros siniestros dispuestos a engullirla. Daba vueltas por las distintas estancias de su encierro mental encontrando  solo hebras atormentadoramente sueltas, filamentos que no llevaban a ninguna parte, hilachas desmadejadas que la hundían en el profundo pozo de la confusión. Ansiaba asir siquiera un hilván certero que sujetara la dialéctica terrorífica que amenazaba con tomar la palabra  una y otra vez.
Angustias se consideraba una mujer tolerante pero constató que cuando la contradicción es la protagonista de la vida propia, y no de la ajena, se torna más difícil el consenso entre cabeza y corazón. Tiempo le costó aprender que el amor, basado en el acuerdo afectivo cabal, se expresaba en un ignoto idioma que ella desconocía por lo que aparte del acercamiento a la gramática, se imponía una inmersión lingüística donde lo importante era  entender lo que se escuchaba. Y de esta forma, a base de lijar las asperezas de los muros edificados con el miedo al nombrar diferente y al deseo divergente y no por ello deficiente, fue cómo Angustias, cual legendaria Ariadna, encontró el hilo que le condujo fuera de la maraña en la que habitara durante meses.
Ya lejos del excluyente jeroglífico vital, esa mañana terminaba de preparar el nutritivo caldo de berenjena que, aparte del componente estrella, contaba como ingredientes, con el puerro, jamón serrano, huevo duro, aceite de oliva y  la sal. Era su manera de acoger y de celebrar que, en muchas ocasiones en cuestiones del querer, uno y uno no son dos.
Angustias concluía que la vida se parece a una intrincada sucesión de laberintos y ovillos concatenados y recordó al maestro de la palabra, Jorge Luis Borges, que escribía: “nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo”. Así pues…..a cumplir con el deber... a imaginar. Buena semana.


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