domingo, 16 de marzo de 2014

BUENO, BUENO ….. CLARO, CLARO

Angustias contemplaba el mar del norte que esos días había decidido mostrar su bravura y preparaba una despedida tempestuosa al invierno ya arcano. Miraba cómo los acantilados eran golpeados por latigazos espumosos. Había mar de fondo y anochecía.
Angustias gustaba de entender la vida como  una sucesión de ciclos y se imaginaba el paisaje costero cuando  llegara la calma, el mar quedara como un plato y las rocas recuperaran su figura agreste recortada en el cielo azul. Un mismo lugar, escenario de espectáculos opuestos que se persiguen sin alcanzarse, e inevitablemente le vino a la mente los versos del poeta Fernando González
“¡Contra los arrecifes de la noche / lucha la nave blanca de la aurora!
Angustias, desde la mesa con vistas en la que se encontraba,  decidió tomar, como postre,  una manzanilla, humeante y con ligero aroma alimonado. Alguien con voz estentórea rompió el silencio del local pidiendo un café clarito. Por contra,  Angustias era de las del café cargado y le costaba entender la preferencia  ajena por el agua chirle. Pensó que en cuestión de gustos tenía mucho que ver el patrimonio intangible familiar, la sabiduría popular que se transmite en dichos, refranes, gestos y anécdotas. Y por esto rememoró a una de sus abuelas, Lucía, que contaba cómo había sido instruida en el delicado arte de la hospitalidad inesperada. La bisabuela de Angustias estableció un código para comunicarse con su descendencia  que consistía en responder en clave a una misma pregunta, dependiendo de si  la visita era apreciada o despreciada. Así ante un, en principio, generoso, “¿Madre, hacemos café?,  en caso de buena acogida, contestaba  la matriarca: “bueno, bueno”; mientras que si no había  predisposición, la respuesta era un sibilino ”claro, claro”,  con lo que la proporción de café disminuía alarmantemente en  relación al agua que compondría el  oscuro brebaje. Y el recuerdo trajo la sonrisa.

Angustias concluyó de cenar el plato de habichuelas con pimientos, rojo y verde, cebolla, tomate y pan rallado; todo  bien gratinado. Tomaba la última comida del día, sola, tranquila y frente al mar. Era un ritual que repetía cada vez que su vida se instalaba en los arrecifes de la noche y tocaba esperar  que la nave blanca de la aurora recalara en su puerto. Y ante huésped tan honorable, Angustias  también ritualmente, murmuraba: “bueno, bueno”. Buena semana.



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