domingo, 2 de marzo de 2014

EL PROPÓSITO DE LAS LUCES DE BAJA INTENSIDAD

Angustias terminó de leer “El arte de amar” de Erich Fromn y aun masticaba sus frases finales, en las que se afirmaba que “tener fe en la posibilidad del amor como fenómeno social y no solo excepcional e individual, es tener una fe racional basada en la comprensión de la naturaleza misma del hombre”. Emitió un suspiro que derivó en resoplido, respuesta similar  a la dada  tras  la ingesta de un sancocho con el cherne, las papas, la batata, el gofio amasado con el agua de guisar el pescado y el mojo rojo ligeramente picante; acompañado, claro está, de un buen vino tinto de la tierra.  Igual que la comida típica isleña, las ideas recién leídas eran sabrosas pero requerían de un tiempo para que al placer de su degustación se uniera el de la asimilación.

Anochecía y el cielo crepuscular se vio surcado por un avión que dejaba tras de sí una estela efímera. Las luces del aeroplano daban puntadas, algunas intermitentes,  en el tapiz violeta de la tarde y Angustias recordó  una emisora de la que era escuchante . Se enteró por las ondas ,de la razón por la que las luces del interior de un avión disminuían su intensidad durante determinadas maniobras, en especial en las de aterrizaje: se trataba de habituar a los usuarios a una pérdida de visibilidad  para sobrellevar mejor un posible impacto. Angustias revivió la sensación de perplejidad al conocer esta información pues no tenía muy claro si deseaba ser consciente de ella o seguir habitando el país de la ignorancia en cuanto a protocolo de seguridad aérea se refiere. Por otra parte, se preguntaba si ese acomodo preventivo y progresivo a un eventual desastre se podría trasladar a los avatares cotidianos para que nos permitiera menguar la ansiedad con la que nos enfrentamos a una situación de siniestro, aunque no sea total. Siguió con su pensar y concluyó que tal vez, ese amor como fenómeno social, podría ser la luciérnaga que se encienda, emisaria y cortafuego de todo incendio devastador de la vida. Tenía claro que en este mundo todos dependemos de todos y paradójicamente que la única persona con la que, de seguro,  se acostaría todos los días de su vida, al igual que el resto de la humanidad, era ella misma, lo cual no era óbice para disfrutar de la calidez que el cuerpo de Marcelo le proporcionaba, cada noche a su dormir. Por eso reinterpretó las palabras del pensador alemán en la línea de comprender ese arte de amar como una asignatura obligatoria para todas las edades donde el temor a amar se fuera diluyendo, pasito a pasito, al entrenarnos en el ejercicio de la actitud madura que, individual y colectiva, es a la postre, la única luz de emergencia capaz de neutralizar cualquier cataclismo. Buena semana.








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