Angustias
paseaba por el casco histórico de la
ciudad que acompañó su nacer. Le gustaba recorrer esas calles en su presente,
escenario de vivencias variopintas en su pasado y confiaba que configuraran
el paisaje de su futuro. Se detuvo ante el grupo de perros , de hierro fundido, entrañable seña de identidad urbana e insular. Formaba parte de un ritual no
escrito, que la población infantil, y no tanto, se subiera a lomos de estos canes
y dando alas a su imaginación, cabalgara apasionadamente. Ya se sabe que en la infancia basta ( o debería) cualquier excusa para que no haya lastre que
lisie el lance, pues el tiempo se disfraza ( o debería) con los alegres atavíos del recreo.
Desde
la tierna edad, opinaba Angustias, que la vida parecía ser una constante sucesión de
juegos. Recaló en los que, voluntaria o forzadamente, había
participado a lo largo de su andar y se dijo que ojalá todo fuera tan sencillo
como acontecía antes del alumbramiento de la palabra; la época donde el mundo gris, frío, rígido, solitario e inmóvil era remplazado por el color, la
calidez, la flexibilidad, la solidaridad y el movimiento.
Angustias
apostaba porque el tiempo entre juegos, libres, compartidos y placenteros,
compusieran las tramas que protagonizara su futuro (perfecto o imperfecto).
Claro que cuando miraba la realidad noticiable, Angustias dudaba de la
posibilidad real de ese porvenir lúdico anhelado y entendía la desesperación del
filósofo Fernando Savater que reflejaba
en El jardín de las dudas “ ante los optimistas, cuyo filósofo de cabecera es
el señor Leibniz, que dicen que en este mundo todo está bien”. Pero también, como
el pensador vasco, no era persona que se instalara en el bloqueo eternamente,
sino que, escuchando a su corazón, a sus tripas y valiéndose de su materia
gris, desatascaba las tuberías de la ilusión tupidas por toda sustancia dañina y pestilente que
impedía la diversión como norma para la humanidad.
Angustias sabía que el bienestar humano solo admitía como sistema de canalización sostenible el construido con los materiales extraídos en
las minas de la paz y socarronamente
le dio la razón al extravagante aforismo “Solo cuando un mosquito se pose en tus
testículos, te darás cuenta de que no todo se soluciona con violencia”. Así
que a jugar ………con tacto. Buena semana.
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