Angustias entró en el comercio
con la intención de hacerse con unos zapatos de tacón. Le gustaba el caminar
cadencioso que le imprimía andar desde la altura; y había descubierto que era
una buena forma para frenar las prisas innecesarias; también había entendido
que para lo importante siempre hay tiempo.
En la ocasión presente necesitaba un calzado cuya alza fuera del llamado
stiletto o tacón de aguja. Examinó los
modelos adecuados a su pretensión comprobando la elevación de aquellos
triángulos isósceles e imaginando el balanceo que produciría de su tafanario.
Sonrió. En el estante contiguo se exponía un surtido de piezas con tacón de
cuña; tomó uno en la mano y súbitamente recordó
cómo cierta vez, siguió el consejo de Marcela (otrora su compañera de trabajo)
y guardó un par de zapatos del tipo que ahora sostenía, en el congelador pues no
pensaba usarlos en varios meses. Una estación estuvo residiendo el par de
sandalias en el frío alojamiento hasta que el sol autorizó el abandono del
gélido exilio. Así pues, Angustias acudió a su trabajo de
planchadora sobre unas plataformas corridas que le prestaban elegancia y
sensualidad bamboleantes. Una hora de jornada laboral fue suficiente para que
los tacones se descompusieran sin prisas pero sin pausas y del primigenio
calzado solo restaran suela, correa y hebilla. Angustias descendió al sólido
suelo sobre el que se fue deslizando como improvisada patinadora insegura, hasta
llegar a la oficina de su jefa, para explicarle la razón por la que le sería
imposible continuar su trabajo durante unas horas. Pidió permiso para ir a su
casa y recomponer el desaguisado, al tiempo que se comprometía a recoger el
reguero de minúsculas partículas marrones, huellas delatoras de su reciente recorrido.
Angustias, dos horas mas tarde,
volvió al trabajo, a la plancha junto a Marcela y ambas mujeres, entre risas,
intentaron encontrar una explicación plausible al suceso; ante la imposibilidad de lograr
tal objetivo, concluyeron que no todo remedio es efectivo, a pesar de la
convicción o buena voluntad de quien lo defendiera; y que en muchas ocasiones, para el supuesto poder omnímodo, “lo suyo era además la brillantina y no la brillantez”, tal como refería Bryce Echenique en otro contexto perteneciente a una de sus obras galardonadas,.Vamos, que no todo vale.
Angustias dando un respingo trajo su mente a la tienda, a la pieza que acariciaban sus dedos y colocando el objeto en su puesto, se dijo que cada cosa importante tiene un espacio y lugar que le son propios; y que interferir en este orden
habría de suponer una concienzuda meditación sobre las consecuencias; pues en
caso contrario, puede ocurrir que la originalidad, en vez de abrir posibilidades vitales, se
encorsetara, mas tarde o mas temprano, en lo grotesco, destructivo y espurio, tal como se presenta la vida, en apariencia, divertida pero en verdad, agónica - por el devastador presente continuo de los personajes- en la oscarizada “La Gran Belleza" ( a excepción
de la desconcertante figura de Sor María con sus raíces como alimento y su
sentir la pobreza). Todo intento implica un riesgo consustancial al mismo vivir; pero
hay determinados inventos que mejor dejarlos guardados en el lecho complaciente
del papel que soporta cualquier escrito o las palabras que se las lleva el
viento. Traspasarlos al mundo real y prolongar artificialmente su existencia, puede hacernos perder pie y caer. Buena
semana.
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