viernes, 11 de abril de 2014

LA PUERTA VOLADORA QUE ABRÍA LA ESTANCIA DE LA PERPLEJIDAD

Angustias  ajustó el pañuelo al cuello mientras contemplaba el vaivén de las ramas de una jacaranda frondosa que, como cada primavera, se ataviaba con flores lilas. Hacía viento, mucho viento. Angustias, como mujer no dada a los extremos, se reconocía feliz, en los 21 grados, con la lluvia serena, andando el paisaje llano y recibiendo el azote de la ligera brisa en su mejilla. Pero lo de ese día distaba mucho del ansiado término medio que encumbrara el estagirita, el mentor de Alejandro Magno, el pensador Aristóteles.
Angustias, años atrás, durante mas de una década, habitó en un paraje del sureste insular, donde el viento era la piel cotidiana de los días, desde abril a septiembre. Ocurría como consecuencia del hacer de los alisios (linaje al que pertenecía este tipo de aire en movimiento)  que mientras convertía el cielo del norte en una asfixiante panza de burro, no como la de Platero, gestaba en el sur remolinos indómitos, barredores de macetas y otros accesorios exteriores colgantes. Por eso, cuando había vendaval, Angustias rememoraba la época en la que compartió residencia primaveroestival con Eolo; y frecuentemente revivía aquel mediodía ventoso en el que conducía de vuelta al hogar situándose en el carril de desaceleración pues se disponía a abandonar la autopista. Fue entonces  que sus ojos negros se abrieron como platos al contemplar a cierta distancia, que progresiva y peligrosamente se reducía, una puerta surcando el cielo abrileño cual alfombra mágica escapada de un cuento oriental. Un portón que parecía haberse desgajado de Macondo en su óbito literario. Aunque incomprensible, la situación requería decisión y acción inmediata pues la trayectoria del objeto volador identificado indicaba que traspasaría la luna delantera de su auto. Angustias pensó en estirar las manos, esperar que saltara el airbag y confiar en recibir el menor daño posible. Pero la puerta, auténtico proyectil aéreo,  impactó en el coche delantero y desviando la dirección solo rozó- eso sí con vehemencia- el parachoques y siguió su rumbo ignoto.

Angustias no pudo dejar de conducir hasta llegar a su casa. Por el retrovisor atisbó al otro coche siniestrado cuyo conductor había aparcado en el andén y escrutaba, atónito, un cielo que había recuperado su padrón habitual de nubes,aves y aviones.  Angustias se dijo que esa puerta danzarina le había abierto la estancia de la perplejidad y se preguntó qué otras habitaciones del sinsentido le restarían por conocer  y qué objetos comunes se convertirían en artificiales pájaros de paso, merced a la furia de la ventolera vital. Buena semana. 


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