Angustias ajustó el pañuelo al cuello mientras
contemplaba el vaivén de las ramas de una jacaranda frondosa que, como cada
primavera, se ataviaba con flores lilas. Hacía viento, mucho viento. Angustias,
como mujer no dada a los extremos, se reconocía feliz, en los 21 grados, con la
lluvia serena, andando el paisaje llano y recibiendo el azote de la ligera
brisa en su mejilla. Pero lo de ese día distaba mucho del ansiado término medio
que encumbrara el estagirita, el mentor de Alejandro Magno, el pensador
Aristóteles.
Angustias, años atrás, durante
mas de una década, habitó en un paraje del sureste insular, donde el viento era
la piel cotidiana de los días, desde abril a septiembre. Ocurría como consecuencia del hacer de
los alisios (linaje al que pertenecía este tipo de aire en movimiento) que mientras
convertía el cielo del norte en una asfixiante panza de burro, no como la de
Platero, gestaba en el sur remolinos indómitos, barredores de macetas y otros
accesorios exteriores colgantes. Por eso, cuando había vendaval, Angustias
rememoraba la época en la que compartió residencia primaveroestival con Eolo; y
frecuentemente revivía aquel mediodía ventoso en el que conducía de vuelta al
hogar situándose en el carril de desaceleración pues se disponía a abandonar la
autopista. Fue entonces que sus ojos
negros se abrieron como platos al contemplar a cierta distancia, que progresiva
y peligrosamente se reducía, una puerta surcando el cielo abrileño cual
alfombra mágica escapada de un cuento oriental. Un portón que parecía haberse desgajado de Macondo en su óbito literario. Aunque incomprensible, la situación
requería decisión y acción inmediata pues la trayectoria del objeto volador
identificado indicaba que traspasaría la luna delantera de su auto. Angustias
pensó en estirar las manos, esperar que saltara el airbag y confiar en recibir
el menor daño posible. Pero la puerta, auténtico proyectil aéreo, impactó en el coche delantero y desviando la
dirección solo rozó- eso sí con vehemencia- el parachoques y siguió su rumbo
ignoto.
Angustias no pudo dejar de
conducir hasta llegar a su casa. Por el retrovisor atisbó al otro coche
siniestrado cuyo conductor había aparcado en el andén y escrutaba, atónito, un
cielo que había recuperado su padrón habitual de nubes,aves y aviones. Angustias se dijo que esa puerta danzarina le
había abierto la estancia de la perplejidad y se preguntó qué otras habitaciones
del sinsentido le restarían por conocer y qué objetos comunes se convertirían en artificiales pájaros de paso, merced a la furia de la ventolera vital. Buena semana.
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