Angustias contempló el rostro de
la anciana que miraba sin ver; no porque su vista fuera defectuosa sino porque
, allá dentro, en el disco duro instalado en su cerebro, se libraba una ardua
guerra desde hacía mas de tres años, cuyos vencedores eran unos terribles
troyanos. Los triunfadores contaban con un arma letal: el borrado del recuerdo
inmediato, de la expresión que fija el pasado reciente. Así iban conquistando
los reinos de la cordura que devenían en un efímero, errante, circular e
interrogante eterno retorno cual imperecedera noria.
Angustias observó cómo la viejita
se fue apoyada en un bastón, decorado con motivos chinos, sostenida además por
unos férreos brazos, dispuestos a enraizarla, en la medida de lo posible, en el
volátil país de su presente. Apenas tuvo tiempo de girarse en la silla
siguiendo el desaparecer de la entrañable figura, cuando en la mesa de al lado
se iniciaba una conversación entre dos señoras que comentaban la entrevista
mantenida por una de ellas con el maestro de su hija de 10 años. Se encontraba
la niña en la clase de sociales cuando
la pequeña había preguntado a su profesor si las mujeres en todas las épocas de
la Historia, habían tenido la regla o solo era algo de ahora. El educador no
supo qué contestar porque no llegaba a entender la pregunta ni la curiosidad
que la originara por lo que volvió al refugio seguro de los datos oficiales;
para la precoz periodista se acabó la posibilidad de solventar su duda por no
estar en la programación vigente. La
amiga comentó que era predecible la reacción masculina y mientras fruncía el ceño, como quien quiere
recuperar imágenes de una lejana vida, confesó que en mas de una ocasión, ella
se había aburrido mortalmente, estudiando fechas, nombres y acontecimientos en
los que no le era posible situarse porque lo femenino brillaba por su ausencia,
o en el mejor de los casos, se convertía en botín del ganador. Muchas veces
envidiaba a los chicos que se podían encarnar en el pirata, el rey, el
ciudadano, el faraón … en el protagonista triunfante per se y no por estar
adosado a un gran prohombre.
Angustias saboreó el té rojo que,
al tiempo que le proporcionaba energía no entraba en contradicción con el
dormir nocturno. Pensó en la palabra como pensamiento, como pintora de la realidad,
como creadora de la existencia, como estilista que marca tendencia pergeñando lo
que es moda o lo que incomoda. Y también pensó que la voz compartida (dicha y
escuchada) es el carboncillo que perfila el boceto de lo certero, el ribete que
marca el lindero de lo verdadero; el yacimiento de lo contable; la vena que
transporta el torrente de sucesos historiables: lo que marca la diferencia
entre la vida como figura y la
supervivencia como figurante.
Angustias se preguntó cuánta
realidad se habría quedado en el mundo de la criogenización a la espera de un
buen pensar que la alumbrara, cuánta vida por desentrañar, cuánto mundo
posible, cuánto protagonismo anónimo. Y apostó una vez mas por la palabra que edificara con arte un mundo mejor
donde el verbo inclusivo sea el referente de la humanidad y donde todas las
preguntas sean pertinentes. Buena semana.
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