Angustias repasaba la lista de la
compra que había elaborado Marcelo; la pareja se turnaba el registro de lo que
se necesitaba y su reposición en el hogar; esta semana, ella era la encargada y por esto,
estaba en la tienda sopesando la posibilidad de llevarse una
nueva marca de remolacha roja; Angustias la
consideraba un producto exótico dotado de un mágico poder: teñir
cualquier plato como si de un pigmento divino sobre tela nívea se tratara; se
había acercado a este potente revitalizador en una lejana época, en la que
Angustias echó mano de sus reservas energéticas, olvidando renovarlas; rozó
peligrosamente el nivel mínimo de hierro por lo que hubo de cambiar hábitos
alimenticios además de ingerir unas pequeñas botellitas de un líquido férreo
que dejaba un rastro de esperanza verdosa y sanadora.
Angustias en ese momento en que
la salud se volvió frágil, se aficionó a la remolacha roja que, a partir de
entonces, fijó residencia en un estante de su despensa; y con el recuerdo granate
del alimento le vino el del placer de la amistad concretándose en la invitación
a cenar de Nataliya, con quien coincidiera en el trabajo durante una temporada;
también les unía el deleite que produce la gastronomía.
Angustias probó una fría noche de
diciembre una sopa a base de la hortaliza
energética y repollo , que su anfitriona llamaba borsch, acompañada de las
pampuschcas, esos panecillos calentitos, sin relleno y cubiertos con la salsa
de ajo. Angustias recordaba que la sapidez del repollo y el regusto del ajo
impregnaron intensamente su paladar y que al preguntar a su amiga la fórmula
para resistir tan extraño regustillo,
su discreta colega, con la mirada marrón donde la calma hizo hogar, le
respondió que era una cuestión de” querer querer “otra cultura, de voluntad de aprender, de inventar
nuevas rutinas hasta que termine por convertirse casi en una predisposición
biológica.
Angustias no era de las de
coquetear con lo agrio pero tomó nota de la receta que le instaba al cultivo de
la tranquilidad, a la gradación en el cambio, al baile pausado con el que
acompañar las distintas bandas sonoras de su vida; recuperando el viejo refrán
de su niñez que proclamaba:
“Señorita, qué serena es usted
para bailar,
si para todo es tan serena
¡vaya una serenidad!”
Angustias se dijo que realmente
todo lo valioso que poseía había sido consecuencia de bañar en el almíbar de la
placidez los bocados – especialmente los amargos – ofrecidos por la vida en
las, solo en apariencia gratuitas, degustaciones cotidianas. Buena semana.
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