Angustias se entretuvo mas
de lo necesario en poner la última pieza de las 1500 que componían el puzzle
que ella y Marcelo habían reconstruido; era un momento casi sagrado pues
significaba el término de una tarea larga, aunque placentera; acostumbraba la
pareja a implicarse en el empeño de sentarse delante de una mesa ex profeso, dispuesta a invertir espacio
y tiempo, soledad y colaboración, silencio y palabra, impotencia y poder,
mientras unas pequeñas fichas irregulares iban encontrando su acomodo guiadas
por cuatro manos de hábiles dedos.
Angustias tenía un método:
empezaba por buscar las figuras que conformaban los límites dentro de los
cuales se ubicarían los detalles que, de forma aislada, no tenían sentido; pero
que gracias a los bordes establecidos contribuirían a la creación de la imagen
buscada con tenacidad. La tarea empezaba en marzo, con la primavera y dependía
del devenir vital que abarcara verano, otoño e invierno: no le importaba, pues
la obra en construcción debía ser sólida, para dar albergue a las enseñanzas
que las emociones le proporcionaban; y sostenible, para que aprovechando el
viento de los cambios, soplara a su favor.
Angustias observó el
comecocos tridimensional que mostraba una playa al amanecer, con la marea baja,
la huella del salitre como bigote canoso sobre la arena aun empapada y los
amarillos y naranjas pintando el cielo casi oscuro, con trazos caprichosos y
esperanzadores. Había sido un regalo de Nataliya, su amiga ucraniana a la que
tanto apreciaba por la alegría con la que vencía los avatares cotidianos.
Angustias y Marcelo
edificaban un puzzle al año; después lo
enmarcaban y durante cuatro estaciones pasaba a formar parte de la decoración
del hogar; transcurrido este plazo, lo regalaban a familiares, amistades o
gente desconocida para que acompañara, cual mudo testigo, el andar de otras
existencias.
Angustias pensó que el valor
de lo armado con tantas figurillas desiguales era que todas terminaban por
encajar; cada pedazo con sus salientes y entrantes se conectaba de forma
armoniosa con su alrededor; no solo
ninguno sobraba sino que, todos eran imprescindibles para el éxito final.
Angustias acarició la
postrera ficha, esbozó una sonrisa y anticipándose a la secuencia
enmarcado-exposición-cambio de domicilio, agradeció una vez mas tener una vida
en la que ella también era parte de múltiples entramados, variando su posición;
a veces ocupaba un puesto lateral, otras, esquinada, central, inferior o
superior; estaba segura de que mientras hubiera oportunidad para la congelación
del instante en el que habitaría temporalmente, se adiestraría en el arte de la flexibilidad de la caña ante los embates
del tiempo; reconocer que todos tenemos objetos que se esconden bajo el sofá
(como hábilmente escribe Eloy Moreno) es aceptar que integramos múltiples
realidades donde mentiras y verdades, secretos y evidencias, fracasos y
triunfos, diseñan los mas variopintos rompecabezas que también son, arreglacorazones.
Buena semana.
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