Angustias compraba en un mercado
colorido y multicultural. El reclamo cromático de frutas, verduras, flores la envolvía en un cálido manto entrañable.
Era otoño pero la estación andaba extraviada y no había viso de que arribara en
breve; por lo que aun era posible disfrutar del nutritivo calorcillo. Tras
concluir el recorrido previsto, decidió tomar algo en uno de las pequeñas
terrazas que bordeaban el lugar.
Angustias escuchó una sintonía originada en un sencillo puesto donde discos
de vinilo y casetes convivían con otras
criaturas propias del antiguo régimen tecnológico.
Era el reino de lo desfasado pero paradójicamente, también el de la nostalgia.
Gestionaba el evocador negocio un DJ atemporal que combinaba canciones actuales
con melodías de ayer y de siempre. En el momento en que Angustias disfrutaba de un
vino tinto acompañado de aceitunas aliñadas, el aire reprodujo la poesía sonora
de un grupo con nombre de calle maldita que había popularizado aquello de
“ ya nadie sabe ser feliz
a costa del despojo
gracias a ti y a tus ojos”
Angustias, embelesada, notó que
la pierna derecha se le había dormido, debido a que, distraída, la había
cruzado en una singular posición.
Pasaron unos minutos hasta que pudo recuperar su movilidad natural que bastaron
para que Angustias reconociera la importancia que tiene el buen funcionamiento
del cuerpo, de normal automático y anónimo. Y cómo , a veces, la inconsciencia
que a veces acarrea el bienestar hace pasar desapercibida la grandeza del
servicio que nos presta de forma tan discreta y humilde. Como ocurre con el
trabajo bien hecho pero no reconocido.
Angustias masticó un trozo de ajo adherido a una sabrosa aceituna, al
tiempo que el tono del hilo musical variaba contando a ritmo de bachata la
historia de dos amigas aventureras que iniciaban la ruta hacia Doñana y
acababan en Itálica por la SE30. Ante la ligereza de los sonidos, Angustias
sonrió. Una vez recuperado el dominio de la ahora en vigilia y a temperatura
normal, extremidad inferior, recapacitó sobre la inmensa fortuna con la que
contaba pues desconocía el frío paralizante de la hipotensión (física o
emocional), cotidiana y siniestra realidad para millones de personas y que era consecuencia directa del mal pensar, peor
hacer y pésimo sentir de algunos de sus poderosos congéneres. También festejaba
la posesión de otro tipo de calor, esta vez luminoso, que le proporcionaba
entendimiento para ardilar anverso y reverso, consenso y disenso, ayer y mañana,
en un lúcido presente. En estas estaba cuando llegó Marcelo y la doble calidez fue compartida, envuelta, en
esta ocasión, en exóticas notas allende los mares. Buena semana.
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