domingo, 23 de noviembre de 2014

LA MEJOR INSPECCIÓN: LA QUE CADA CUÁL HACE DE SÍ

Angustias aguardaba en la sala de espera de la consulta para su revisión dental. Tras ser recibida por Eugenia, se acomodó en aquel espacio modernista donde los cristales traslúcidos eran los protagonistas. Para distraer el tiempo ojeó un suplemento cultural colocado sobre una mesilla granate ,donde se reseñaba como novedad editorial la publicación de Adiós Múñoz de la escritora María Teresa Henríquez quien novelaba  sobre la incomunicación humana.
Angustias repetía esta cita médica ,  desde hacía mas de dos décadas, dos veces al año: una cuando este principiaba y otra al inicio de julio. Mientras saludaba a la secretaria, intercambiaban ambas mujeres unos minutos de charla cordial donde cada una esbozaba lo mas destacado de los últimos seis meses. La afabilidad era el denominador común en esos momentos de acogida. Angustias recordaba que había entrado la primera vez por casualidad en la consulta de la dentista que desde entonces le transmitió la confianza imprescindible para permitir, desde el sosiego que  manipulara en su boca.
Angustias no se reconocía como hipocondríaca y la visita a la  odontóloga no estaba entre su catálogo de horrores; pero reconocía que era muy tranquilizador tener la certeza de que quien debía dar cuenta del estado de dientes y mandíbula sabía lo que se hacía y además sabía hacerlo con humanidad. Por eso la charla entrañable de apenas unos minutos ,con Cristina, profesional entrada en años , previa a la revisión, actuaba como el mejor tranquilizante. Y hacía del cuidado un placer.
Angustias sentada en la silla de la especialista, con la luz blanca de un potente foco sobre su cara y con un níveo babero a su cuello, cual torpe infante o anciana, escuchaba el monólogo de la sacamuelas sobre la cotidianeidad intercalado con instrucciones a su ayudante sobre el material que necesitaba para culminar con éxito el examen. Una vez repasadas las piezas y reparadas los desconchados dentales, se levantaba de aquel asiento metálico saboreando la frescura en la boca y la lisura de las piezas lijadas.
Angustias se reconocía feliz cuando disfrutaba de las rutinas que facilitaban su cuidado. Le proporcionaba una dulce sensación de bienestar. Le gustaba revisar sus controles y sus descontroles, sus atinos y sus desatinos, sus luces y sus sombras porque partían del genuino quererse y  superarse. Había aprendido que la vida era una continua comprobación de que se estaba en dónde y cómo se quería estar; para, en caso contrario, rectificar a tiempo sin que nadie saliera malparado. También había comprendido que la mejor ITV vital es la que implica el compromiso con el querer hacer lo que se hace, de la mejor manera posible. Por eso opinaba que no hay mejor repaso que el que cada persona hace de sí misma. Y ante esta inspección, Angustias se sentía segura . Buena semana.




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