Angustias aguardaba en la sala de
espera de la consulta para su revisión dental. Tras ser recibida por Eugenia, se
acomodó en aquel espacio modernista donde los cristales traslúcidos eran los
protagonistas. Para distraer el tiempo ojeó un suplemento cultural colocado sobre una mesilla granate
,donde se reseñaba como novedad editorial la publicación de Adiós Múñoz de la escritora María Teresa
Henríquez quien novelaba sobre la
incomunicación humana.
Angustias repetía esta cita médica
, desde hacía mas de dos décadas, dos
veces al año: una cuando este principiaba y otra al inicio de julio. Mientras saludaba
a la secretaria, intercambiaban ambas mujeres unos minutos de charla cordial
donde cada una esbozaba lo mas destacado de los últimos seis meses. La
afabilidad era el denominador común en esos momentos de acogida. Angustias recordaba
que había entrado la primera vez por casualidad en la consulta de la dentista
que desde entonces le transmitió la confianza imprescindible para permitir, desde
el sosiego que manipulara en su boca.
Angustias no se reconocía como
hipocondríaca y la visita a la odontóloga
no estaba entre su catálogo de horrores; pero reconocía que era muy
tranquilizador tener la certeza de que quien debía dar cuenta del estado de
dientes y mandíbula sabía lo que se hacía y además sabía hacerlo con humanidad.
Por eso la charla entrañable de apenas unos minutos ,con Cristina, profesional
entrada en años , previa a la revisión, actuaba como el mejor tranquilizante. Y
hacía del cuidado un placer.
Angustias sentada en la silla de
la especialista, con la luz blanca de un potente foco sobre su cara y con un níveo
babero a su cuello, cual torpe infante o anciana, escuchaba el monólogo de la
sacamuelas sobre la cotidianeidad intercalado con instrucciones a su ayudante
sobre el material que necesitaba para culminar con éxito el examen. Una vez
repasadas las piezas y reparadas los desconchados dentales, se levantaba de
aquel asiento metálico saboreando la frescura en la boca y la lisura de las
piezas lijadas.
Angustias se reconocía feliz
cuando disfrutaba de las rutinas que facilitaban su cuidado. Le proporcionaba
una dulce sensación de bienestar. Le gustaba revisar sus controles y sus
descontroles, sus atinos y sus desatinos, sus luces y sus sombras porque
partían del genuino quererse y
superarse. Había aprendido que la vida era una continua comprobación de
que se estaba en dónde y cómo se quería estar; para, en caso contrario,
rectificar a tiempo sin que nadie saliera malparado. También había comprendido
que la mejor ITV vital es la que implica el compromiso con el querer hacer lo
que se hace, de la mejor manera posible. Por eso opinaba que no hay mejor repaso que el que cada persona hace de sí misma. Y ante esta inspección, Angustias se sentía segura . Buena
semana.
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