Angustias rebuscaba entre los
objetos de la gaveta. Había comprado una licuadora el día anterior y el pequeño
electrodoméstico dejó de funcionar. Se dijo que una cosa era la obsolescencia programada y otra el fallo de fábrica que no resistía el
contacto con la realidad. Recordaba haber puesto el ticket de la compra junto a
las llaves del buzón, en espera de quedar archivado con otras facturas. Pero no
estaba allí. Lo había extraviado.
Angustias revisó minuciosamente
el cajón, escudriñó las cuatro esquinas del rectángulo sin encontrar rastro del
documento. Se planteó que estaba ante una de las ocasiones en las que tenía que
aceptar que había perdido. Y así se enfrentó a la ausencia de unos papeles que le acreditaban como compradora con el consiguiente derecho a la
devolución del dinero o al cambio del producto en caso de estar defectuoso. Le
pareció cuando menos curioso que su
identidad y la titularidad de sus acciones dependieran de unas hojas escritas;
hilo por pabilo se dijo que la situación podría ser mas complicada si lo que
hubiese perdido fuera la cartera con la documentación garante de que ella
era quien su presencia física afirmaba
ser. No bastaba con ser, había que parecerlo burocráticamente.
Angustias se preguntó por qué cuando
una persona no puede controlar una situación se dice “ha perdido los papeles”
pues en este caso no hay legajos desaparecidos. Y su pensar desembocó, otra vez en el mar
de la nada, de la omisión..Concluyó que si no hay registro de la existencia, no
hay existencia. Y recordaba los miles de meninos
da rúa, de adultos sin techos que aunque su cuerpo reclaman presencia, solo
se encarnan cuando se elabora el censo de la indigencia. Si hasta para morir se
requiere del acta de defunción.......
Angustias recuperando el verso “Un
recuerdo es un nido de campanas” de Félix Casanova de Ayala sintió tristeza al pensar que tal vez el
recuerdo de nuestro paso sea una madriguera sin mas eco que el teclear, el
clicar y el cada vez mas denostado escribir fríos datos que no tienen que ver
con el sentir. Y mientras se preparaba
un té rojo, aliado incondicional que espoleaba su pensar y le dejaba un sabor a
olor a tabaco en la boca, dio gracias por la existencia del arte, aun cuando
nadie la certificara .A fin de cuentas, con los sentidos, basta. Buena semana.
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