domingo, 1 de marzo de 2015

LA HOMBRIA DE MODESTO: PRESENCIA,CUIDADO Y TERNURA

Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:
Modesto salió de la ducha con una sensación de frescor que le hizo esbozar una alegre sonrisa. Se iniciaba uno de los fines de semana alternos en lo que la  puerta del baño se encontraba entreabierta y al otro lado del pequeño pasillo se escuchaba el ronquido grave, coronado por un efervescente soplido  de su madre. Ella no sabía quién le hablaba desde ese  rostro que le resultaba vagamente familiar; tampoco comprendía el torrente de palabras que aquel hombre maduro regaba a su alrededor acompañado de tiernas caricias. Pero Modesto sí sabía quién era ella: su madre.
En la mesa de la cocina, el servicio de desayuno incluía un pequeño plato rebosante de cápsulas y pastillas blancas, azules y salmón. Un pequeño dosificador contenía  10 ml de  una bebida que activaría la circulación de la viejita en las próximas horas. Era el chupito diario que la anciana necesitaba para ponerse a funcionar. Aquel bodegón  mezclaba alimentos y medicamentos en un armonioso y triste equilibrio.
Modesto, a menudo, se detenía en los objetos cotidianos que habían pertenecido a su madre y que ahora habitaban, huérfanos, a la espera de una palabra que les dotara de identidad, de un recuerdo que les otorgara sentido. Modesto, en estos momentos, se entristecía porque entendía el inexorable paso del tiempo; sentía que en cada persona está presente  lo que tiene y lo que no tiene  y  que  esa nivelación entre carencia y abundancia es la que va marcando el paso por la vida. No se refería exclusivamente al patrimonio material sino especialmente al intangible, aquel que se muestra en el decir y en el hacer.
Era la hora de iniciar el ritual diario de acompañamiento y cuidado con la banda sonora del silbido de la cafetera marcando la obertura. Modesto se sentía profundamente satisfecho al ser testigo  del adiós de su madre. Aunque  triste, estaba en paz  y recordó el pensamiento crítico que recogía la cita de  Stendhal en Rojo y Negro cuando el escritor reflexionaba que un aspecto triste no resulta de buen tono, lo que hay que tener es, un aspecto aburrido. Si se está triste es que algo le falta, que algo no le ha salido bien. Es como mostrarse inferior. Si usted está aburrido, al contrario, lo inferior es precisamente aquello que ha tratado de distraerlo a usted en vano.Modesto reivindicaba el buen tono de su tristeza parida por el amor.

Comenzaba una nueva jornada senil donde el tiempo oficial, se transformaba, tal como ocurre en el universo infantil, para instalarse en un presente continuo. Modesto, triste sin sentirse fracasado, despertó a su madre con una broma cuyo único objeto era pintar la sonrisa en aquel rostro arrugado y continuó ejerciendo de oficiante en aquella ceremonia del adiós que incluía,  retirada de pañales, baño, desayuno, escucha atenta ante la insistencia, repetición del mantra que  ese día anclara a su madre en el hoy, todos aquellos achuchones y los piropos que hicieran que los labios maternos se convirtieran, al menos, en un boceto de alegría. Al pensar esto se sentía arropado por la calidez del afecto; no experimentaba el frío de la desesperación ni  el aburrimiento de la apatía pues no había horas suficientes para ardilar momentos de serenidad y bienestar para aquel ser que estaba dejando de serlo. En un flash back emocional se vio como protagonista de una lejana película en la que él era el bebé que requería y obtenía cuidados constantes. Y visionó el final feliz de aquella historia. Por eso, se  empeñaba en que esta segunda parte, con los mismos intérpretes  pero en distintos papeles, estuviera a la altura de la primera. Modesto, hijo, padre y abuelo, era hombre de romper mitos, de tirar por tierra tópicos, sin estridencias; por eso entendía que la hombría se definía también con los adjetivos de la ternura, la presencia y el estar. Por eso, aunque estaba triste, era feliz. Buena semana.



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