Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y
escribió:
Simona intentaba ordenar el conjunto de piezas que en teoría
debía encajar y permitir la libre circulación del agua por las cañerías. Colocaba
cada pedazo pero al final de la operación sobraba alguno. Aquello no tenía
sentido. El fregadero se había atascado a base de amontonar pequeños restos de
comida, residuos gelatinosos que se ensombrecían y acababan en el pardo o en el
verde musgo.
La cosa había empezado poco a poco, con despistes en
apariencia insustanciales; dejando
escapar por el desagüe, una cáscara de manzana, un guisante poco apetecible
o el remanente de la limpieza de unas
brochas de pintura; así, con el paso del tiempo, se formó esa ciénaga en los
recodos de las tuberías que devino,
paulatinamente, en sólido pantano.
Como el fallo en el funcionamiento se produjo sin estridencias,
Simona no se percató de que las cosas no iban bien hasta que se vio delante de
tubos, codos, sifones, gomas y arandelas color gris magenta como si estuviera
contemplando un cuadro cubista y buscara destacar el orden de los elementos.
Recordaba haber parcheado la situación a base de un
desatascador manual que ante el lago formado por el exceso de agua, y tras una
rápida subida del nivel del mismo, hacía discurrir el líquido acompañado de un
sonido quejumbroso. En vista de la mas que evidente ineficacia de la ventosa
optó por adquirir cuanto producto encontrara en
supermercado y ferretería, que prometía la solución instantánea a la oclusión.
En un momento incluso, se aficionó a verter regularmente el archifamoso
refresco de cola cuyas propiedades corrosivas parecían estas testadas. Nada de
esto ofrecía resultados eternos. En las ocasiones mas extremas acudió a los
servicios municipales que invadieron su hogar provistos de un artilugio que
denominaban ratón y que arrasaba, con la agilidad propia de un feroz roedor,
cuanta muralla encontrara a su paso. Recordaba que el olor a putrefacción se
mezclaba con el sabor del alivio en aquellos días en que su casa era tomada por
extraños profesionales uniformados.
Y una vez mas, Simona estaba sentada en el suelo, delante
del espacio vacío a la búsqueda de la figura ausente que debía recomponer.
Usaba la lógica pero esta parecía huérfana de validez por lo que recurrió a la
creatividad y con mas temor que certeza, fue ardilando encajes y ajustes hasta
que el tiempo , el pensar y el hacer hicieron su trabajo y Simona pudo abrir el
grifo del fregadero de la cocina sin miedo al goteo o a la inundación.
Satisfecha se acordó de Henry Miller que afirmaba “Si tú
llamas experiencias a tus dificultades y recuerdas que cada experiencia te hace
madurar, vas a crecer vigoroso y feliz, no importa cuán adversas parezcan las
circunstancias”. Sonrió. Pero por si acaso, se dispuso a sacar una fotografía de la
conducción recién establecida, diciéndose que si las aguas se volvían a
estancar el recuerdo gráfico ayudaría a que todo volviera a fluir. Buena
semana.
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