Ismael no quería comer. Tiraba la
papilla de verduras una y otra vez para desquicie de su madre que, rozando el límite de la
tolerancia, estaba a punto de estrellar el puré contra la pared.
La mujer había probado una
variedad de estrategias que abarcaba desde el archiconocido avioncito, la cuchara
por mamá, por papa, el cerrarle la nariz … pero nada. A lo sumo conseguía una
sonora carcajada infantil que expandía una masa verdosa por el babero y
aledaños.
En estas estaban madre e hijo
cuando sonó el teléfono; Arminda descolgó y tras reconocer la metalizada y
foránea voz que proponía una oferta irresistible de telefonía, lejos de
despedir a la operadora con una frase protocolaria y por ende educada y
aprovechando que el barranco Guayadeque pasa por Ingenio, inició un monólogo
sobre las supuestas virtudes de la maternidad en las que iba desgranando
renuncias y frustraciones amén de noches sin dormir que resumían lo que sentía
en ese momento. Contó el tiempo que había tardado en preparar el potaje que
pasó por un chino hasta quedar una crema de suave textura, la media hora que
llevaba intentando que el pequeño tomara una cuchara, las dos
noches en las que apenas había dormido pues al peque le estaba saliendo un
diente y tenía mal dormir….. en fin, solo tras comprobar que había estado
hablando durante quince minutos, gracias al reloj de cocina que tenía en
frente, fue consciente de que al otro lado del teléfono sonaba algo parecido a
un monitor de encefalograma plano; el pitido constante contrastaba con la
expresión circunspecta de Ismael que mantenía la boca abierta, asombrado ante
la vehemencia oratoria de su progenitora.
Arminda aprovechó la coyuntura y
con la misma expresión feroz tomó la cuchara de comida y le fue dando a Ismael,
el alimento denostado hacía un cuarto de
hora y ahora ingerido sumisamente.
Cuando terminó el momento alimentación, Arminda se quedó cavilando en lo que pensaría su muda interlocutora;
observó los ojitos de lulú de su hijo a punto de caer en el mas reconfortante
de los sueños y se dijo que esta vez la
inoportuna llamada para venderte vete tú a saber qué,
había resultado ser de lo mas conveniente. Y es que a veces no hay mas remedio
que venirse arriba. Buena semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario