domingo, 2 de agosto de 2015

VENIRSE ARRIBA

Ismael no quería comer. Tiraba la papilla de verduras una y otra vez para desquicie de su madre que, rozando el límite de la tolerancia, estaba a punto de estrellar el puré contra la pared.
La mujer había probado una variedad de estrategias que abarcaba desde el archiconocido avioncito, la cuchara por mamá, por papa, el cerrarle la nariz … pero nada. A lo sumo conseguía una sonora carcajada infantil que expandía una masa verdosa por el babero y aledaños.
En estas estaban madre e hijo cuando sonó el teléfono; Arminda descolgó y tras reconocer la metalizada y foránea voz que proponía una oferta irresistible de telefonía, lejos de despedir a la operadora con una frase protocolaria y por ende educada y aprovechando que el barranco Guayadeque pasa por Ingenio, inició un monólogo sobre las supuestas virtudes de la maternidad en las que iba desgranando renuncias y frustraciones amén de noches sin dormir que resumían lo que sentía en ese momento. Contó el tiempo que había tardado en preparar el potaje que pasó por un chino hasta quedar una crema de suave textura, la media hora que llevaba intentando que el pequeño tomara  una  cuchara, las dos noches en las que apenas había dormido pues al peque le estaba saliendo un diente y tenía mal dormir….. en fin, solo tras comprobar que había estado hablando durante quince minutos, gracias al reloj de cocina que tenía en frente, fue consciente de que al otro lado del teléfono sonaba algo parecido a un monitor de encefalograma plano; el pitido constante contrastaba con la expresión circunspecta de Ismael que mantenía la boca abierta, asombrado ante la vehemencia oratoria de su progenitora.
Arminda aprovechó la coyuntura y con la misma expresión feroz tomó la cuchara de comida y le fue dando a Ismael,  el alimento denostado hacía un cuarto de hora y ahora ingerido sumisamente.
Cuando terminó el momento alimentación, Arminda se quedó cavilando en lo que pensaría su muda interlocutora; observó los ojitos de lulú de su hijo a punto de caer en el mas reconfortante de los sueños  y se dijo que esta vez la inoportuna llamada  para venderte vete tú a saber qué, había resultado ser de lo mas conveniente. Y es que a veces no hay mas remedio que venirse  arriba. Buena semana.



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