Sonaba Guantanamera en la cafetería de aquel parque amplio aunque acogedor
de público variopinto.
Se elevaba el sonido por encima
de los gritos infantiles, reclamando la atenta presencia de sus familiares,
para que fueran testigos de sus proezas en el tobogán.
Se elevaba el sonido por encima
de los chillidos que escoltaban a cada uno de los pedazos de pan, lanzados por
manos infantiles y adultas, al lago donde patos, peces y tortugas pugnaban por
hacerse con las migas del tesoro.
Se elevaba el sonido por encima
de los pensamientos de quienes paseando o en quietud se interrogaban por el
sentido de la vida, huidizo como la nieve que se deshace al asirla dejando
helados los corazones.
Se elevaba el sonido por encima
de los brindis de un grupo de amigos que celebraban no recordaban qué, pues la
cita que les convocaba cada domingo extravió su origen en el transitar de las
semanas que de pronto fueron años.
Se elevaba el sonido por encima
de la intensidad con la que dos pares de ojos se encontraban, anticipando el
placer con el que cerrarían el día.
Se elevaba el sonido por encima
de los sueños que se despertaban en quienes reposaban sobre una ligera manta,
en horizontal contacto con el césped, cuidado, suave y del color de la esperanza.
Se elevaba el sonido hacia el
cielo celeste con alguna hilacha blanquecina que despedía la tarde.
El aire se hacía a un lado,
gustoso, para dejar espacio a la melodía brasileña que endulzaba el final de la
semana en aquel parque amplio aunque acogedor de público variopinto. Buena
semana.
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