domingo, 9 de agosto de 2015

TORMENTA DE ARENA

Cayó una tormenta de tierra en pleno verano; desde la visión panorámica del satélite, se observaba cómo la masa compacta se apoderaba del espacio a modo de un polvoriento telón que se adueña del escenario, tras concluir la representación.
El aire sudaba un calor desconocido por aquellas latitudes; la población sentía que su piel se cubría por otra, pegajosa y transparente que la sumía en una lenta opresión.
Para quien debía trabajar, aquella sensación era un añadido a la condena laboral; para los que no tenían trabajo, el agobio que se respiraba con el aire, retroalimentaba el desaliento; pues a la inactividad forzosa se le sumaba el malestar que nacía de las entrañas físicas y metafísicas; para los que estaban de vacaciones, la ausencia del cielo azul y el mar en calma constituían el pliego de descargo para la reclamación vital a la que se consideraban con derecho tras un año de duro y precario laborar. Y así pasaron los días de tormenta de arena en aquel pueblo que no podía  hacer nada, no entendía qué pasaba y no daba valor a lo que vivía.
La Naturaleza, sin embargo, se adaptaba a aquella situación y tanto plantas como animales aprovecharon esos días de polvo violento en suspensión para mirarse hacia adentro, recorrer los vericuetos internos del sentir y descansar de la rutina cotidiana. Instalados en un traslúcido presente continuo, miraban, respiraban, traspasaban y finalmente soltaban. Y a su tiempo, después de la tormenta, llegó la calma. Buena semana.





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