domingo, 16 de agosto de 2015

LA HORA DIARIA DE MIRARSE MIRAR

Don Casimiro paró delante de la terraza dudando si hacer un alto en su paseo, saborear un cortado oscuro y asomarse al mundo mientras leía el periódico local. La  cultivada inercia le hizo escoger una mesa esquinada que le permitía una visión privilegiada del paseo marítimo.
Sorbo a sorbo, lentamente, sentía el negro aroma aposentarse en su boca y con la fragancia llegaba el placer.
Es nuestro hombre un señor de unos sesenta años que tras muchos tumbos, habitando numerosos lugares, recaló en el pueblo costero por el que a diario dejaba su estela como si de un caracol diletante se tratara. Una hora diaria había sido suprimida de su horario y la empleaba en pasear y contemplar la vida; cada día, pues, constaba para él de veintitrés horas; con los sesenta minutos desaparecidos construía don Casimiro un espacio de consciencia en el que la única consigna era el no juicio.
Empezó con esta práctica siete años atrás en una ciudad norteña en la que la humedad asfixiaba en vez de refrescar, cinco de los doce meses del año. Don Casimiro había sido contratado como comercial en una multinacional y dado su falta de arraigo era el candidato perfecto para rotar según las necesidades de la empresa. Así había recorrido gran parte de la geografía continental hasta que arribara a aquella tierra hecha de sol y viento. Una tarde extrañamente tormentosa de verano, fenómeno achacable al cambio climático le dio por pensar que la repetición mas o menos constante de sucesos unida a la necesidad de orden del ser humano daba como resultado la creación de la llamada normalidad. Pasado un tiempo, olvidada este ejercicio de creación divina, la explicación certera pasaba a ser reflejo de lo acontecido olvidándose que de ser espejo de algo, lo sería del ardilar humano. Y le dio por continuar en su investigar, en los instantes de la tempestad estival, que sería mas lógico, a la hora de preguntar la edad, asociar la respuesta con los años probables de vida mas que con lo yas vivido. No era una idea estrictamente suya  pues su amiga Luisa  se la había sugerido en una de las muchas charlas que compartían regularmente.

Este planteamiento fue el que le hizo enfocar su mirada hacia la tierra que podía arar mas que hacia las pasadas cosechas, abundantes o escasa, pero en cualquier caso ya enterradas en el abismo temporal. Por esto, cada día se reservaba una hora de sus estimados veinticinco años por vivir. Este había sido su hallazgo mas valioso. Por esto cada día, don Casimiro, una hora, cada día se dedica simplemente a mirarse mirar la vida. Buena semana.

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