Don Casimiro paró delante de la
terraza dudando si hacer un alto en su paseo, saborear un cortado oscuro y
asomarse al mundo mientras leía el periódico local. La cultivada inercia le hizo escoger una mesa
esquinada que le permitía una visión privilegiada del paseo marítimo.
Sorbo a sorbo, lentamente, sentía
el negro aroma aposentarse en su boca y con la fragancia llegaba el placer.
Es nuestro hombre un señor de
unos sesenta años que tras muchos tumbos, habitando numerosos lugares, recaló
en el pueblo costero por el que a diario dejaba su estela como si de un caracol
diletante se tratara. Una hora diaria había sido suprimida de su horario y la
empleaba en pasear y contemplar la vida; cada día, pues, constaba para él de veintitrés
horas; con los sesenta minutos desaparecidos construía don Casimiro un espacio
de consciencia en el que la única consigna era el no juicio.
Empezó con esta práctica siete
años atrás en una ciudad norteña en la que la humedad asfixiaba en vez de
refrescar, cinco de los doce meses del año. Don Casimiro había sido contratado
como comercial en una multinacional y dado su falta de arraigo era el candidato
perfecto para rotar según las necesidades de la empresa. Así había recorrido
gran parte de la geografía continental hasta que arribara a aquella tierra
hecha de sol y viento. Una tarde extrañamente tormentosa de verano, fenómeno
achacable al cambio climático le dio por pensar que la repetición mas o menos
constante de sucesos unida a la necesidad de orden del ser humano daba como
resultado la creación de la llamada normalidad. Pasado un tiempo, olvidada este
ejercicio de creación divina, la explicación certera pasaba a ser reflejo de lo
acontecido olvidándose que de ser espejo de algo, lo sería del ardilar humano.
Y le dio por continuar en su investigar, en los instantes de la tempestad
estival, que sería mas lógico, a la hora de preguntar la edad, asociar la
respuesta con los años probables de vida mas que con lo yas vivido. No era una
idea estrictamente suya pues su amiga
Luisa se la había sugerido en una de las
muchas charlas que compartían regularmente.
Este planteamiento fue el que le
hizo enfocar su mirada hacia la tierra que podía arar mas que hacia las pasadas
cosechas, abundantes o escasa, pero en cualquier caso ya enterradas en el abismo
temporal. Por esto, cada día se reservaba una hora de sus estimados veinticinco
años por vivir. Este había sido su hallazgo mas valioso. Por esto cada día, don
Casimiro, una hora, cada día se dedica simplemente a mirarse mirar la vida.
Buena semana.
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