domingo, 11 de octubre de 2015

LO QUE LA SÁBANA ESCONDÍA …..

Mercedes miró el móvil comprobando que faltaba alrededor de una hora para que acabara su jornada laboral. Estaba cansada y el calor pegajoso acrecentaba el monótono desasosiego que a pesar de la estación otoñal se había instalado por aquel paraje. Repasaba el orden de la ropa de cama de la planta cuando escuchó el pisar acelerado de Basilia que, mas blanca que la pared, llegó con hablar ininteligible, hasta donde estaba Mercedes. En menos que canta un gallo, las dos mujeres salieron de la estancia atravesando el pasillo del hotel siguiendo las instrucciones de una joven Basilia a quien un color se le iba y otro se le venía. Se pararon ante la puerta de la habitación 214 y Mercedes, intentando poner un poco de cordura en el guirigay  montado por su compañera, recapituló la información de la que disponía: al ir a hacer el cuarto, Basilia se encontró con el cliente tapado con una ´sabana sobre el sofá. Le llamó en voz alta en varias ocasiones pero no hubo la mas mínima respuesta por parte del bulto inerte. Bloqueada  primero y aterrorizada después, huyó despavorida en busca de ayuda. Y fue a dar con Mercedes.
Ambas mujeres se acercaron con cautela al sillón morado convertido en tálamo de tan extraño durmiente. Repitieron el ritual de las llamadas de atención y observaron con algo mas que preocupación que  permanecía tal cual. Finalmente, aguzaron el oído para identificar una respiración, por débil que fuera, con resultado negativo.
Llámale miedo, llámale precaución pero el caso es que  tras comprobar que la ficha de entrada de la habitación estaba a nombre de un alemán sexagenario, optaron por llamar a Dámaso el segurita que, a lo Hombres de Harrelson , sin tejado alguno para TJ-, inspeccionó el entorno; y con una concentración extrema se dispuso a desvelar el misterio retirando el lienzo que, temía, se hubiera convertido en sudario. Y lo que encontró Dámaso,  fue un cocodrilo hinchable de los que se podría comprar en la tienda del hotel.
-¡Vaya con el guiri pureta!. ¡Nos salió gracioso! – comentó un socarrón y aliviado Dámaso que no sabía qué hacer con el exceso de adrenalina que anegaba su  cuerpo.
Mercedes y Basilia como si de las máscaras del teatro se tratara pasaron del drama a la comedia en un santiamén agarrando al reptil y bailando con él una canción inventada a base de insultos concatenados.
Acabó el día de trabajo y Mercedes reproducía con palabras  y risas  la escena mientras le lavaban el pelo en la peluquería del barrio que refrescaba, una vez mas, su vida en los momentos en que el tiempo se empeñaba en negar la estación vigente. Buena semana.




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