Mercedes
miró el móvil comprobando que faltaba alrededor de una hora para que acabara su
jornada laboral. Estaba cansada y el calor pegajoso acrecentaba el monótono
desasosiego que a pesar de la estación otoñal se había instalado por aquel
paraje. Repasaba el orden de la ropa de cama de la planta cuando escuchó el
pisar acelerado de Basilia que, mas blanca que la pared, llegó con hablar
ininteligible, hasta donde estaba Mercedes. En menos que canta un gallo, las
dos mujeres salieron de la estancia atravesando el pasillo del hotel siguiendo
las instrucciones de una joven Basilia a quien un color se le iba y otro se le
venía. Se pararon ante la puerta de la habitación 214 y Mercedes, intentando
poner un poco de cordura en el guirigay montado por su compañera, recapituló la
información de la que disponía: al ir a hacer el cuarto, Basilia se encontró
con el cliente tapado con una ´sabana sobre el sofá. Le llamó en voz alta en
varias ocasiones pero no hubo la mas mínima respuesta por parte del bulto
inerte. Bloqueada primero y aterrorizada
después, huyó despavorida en busca de ayuda. Y fue a dar con Mercedes.
Ambas
mujeres se acercaron con cautela al sillón morado convertido en tálamo de tan
extraño durmiente. Repitieron el ritual de las llamadas de atención y observaron
con algo mas que preocupación que permanecía tal cual. Finalmente, aguzaron el
oído para identificar una respiración, por débil que fuera, con resultado
negativo.
Llámale
miedo, llámale precaución pero el caso es que tras comprobar que la ficha de entrada de la habitación
estaba a nombre de un alemán sexagenario, optaron por llamar a Dámaso el
segurita que, a lo Hombres de Harrelson ,
sin tejado alguno para TJ-, inspeccionó el entorno; y con una concentración
extrema se dispuso a desvelar el misterio retirando el lienzo que, temía, se hubiera
convertido en sudario. Y lo que encontró Dámaso, fue un cocodrilo hinchable de los que se
podría comprar en la tienda del hotel.
-¡Vaya
con el guiri pureta!. ¡Nos salió gracioso! – comentó un socarrón y aliviado
Dámaso que no sabía qué hacer con el exceso de adrenalina que anegaba su cuerpo.
Mercedes
y Basilia como si de las máscaras del teatro se tratara pasaron del drama a la
comedia en un santiamén agarrando al reptil y bailando con él una canción
inventada a base de insultos concatenados.
Acabó el día
de trabajo y Mercedes reproducía con palabras
y risas la escena mientras le
lavaban el pelo en la peluquería del barrio que refrescaba, una vez mas, su
vida en los momentos en que el tiempo se empeñaba en negar la estación vigente.
Buena semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario