domingo, 25 de octubre de 2015

HASTA UN ÁTOMO HACE SOMBRA

Mario descansaba en el dormitorio. Revuelto  como el tiempo otoñal hubiese dado lo que fuera porque su cabeza parara en su constante girar.
La noche anterior había bebido y su garganta parecía una gruta áspera, reseca, envuelta en un perfume acre. En su cara se dibujaba el gesto adolorido que al despertarse se topa de bruces con los excesos del alcohol. No quedaba otra que esperar a que el tiempo hiciera su labor. El problema era que calculó mal y se había pasado; para mas inri en dos horas se habría de incorporar a una reunión de trabajo donde, a pesar de ser el que menos peso tenía, se esperaba su total entrega.
¡Me cago en la atención plena! – dijo, al tiempo que intentaba fijar su vista en un punto del cuarto convertido en noria. Por un momento deseó que todo desapareciera, él incluido en los anales del olvido humano.
Recordaba, ahora con inútil pesar, como repitió un mantra cazado al vuelo en la barra del bar donde había recalado con compañeros de la oficina tras la cena de negocios en el restaurante japonés de moda. Y ahora el sabor salado amenazaba con convertirlo en cherne para sancocho. La frase decía “Beber por haber bebido, no hay nada perdido” y lo que empezó como un ingeniosos y alentador juego se convertía ahora en lavanda sonora de una película terror.
Empezaron las náuseas y el sudor frío. Mario optó por no modificar la posición horizontal y conteniendo la respiración se entretuvo en el repetitivo y absurdo deporte de machaque obsesivo.
“Si es que no aprendo, si es que soy un crápula- repetía cansino.
Pasaban lentos los minutos por la estancia en penumbra y Mario seguía visitando su particular e intenso parque de atracciones sujeto a una eterna montaña rusa.
Haciendo un esfuerzo titánico logró llegar hasta la cocina, abrir la nevera, tomar la bolsa de hielo y volcarla en el fregadero para, acto seguido, emulando a Paul Newman en El golpe, sumergir su rostro en una helada e irregular piscina.
El impacto fue impactante. Repitió la operación una y otra vez hasta que dejó de sentir las punzadas en la frente, el ardor de las mejillas; en suma, hasta que dejó de sentir y su cara pareciera haberse sometido a un lifting de urgencia.
Gesticulando de modo grotesco fue recuperando la movilidad facial; solo  cierto tiempo después cayó en la cuenta de la anastasia, su flor preferida, depositada junto a una nota en la que con caligrafía gótica y cómplice se indicaba que la cafetera estaba preparada. Además había un añadido en el que le comunicaba que la reunión había sido suspendida por indisposición de su jefe, para el que también la fiesta nocturna parecía haberle pasado factura.
Mario nunca se había sentido importante; por el contrario se identificaba con el último de la fila y así vivía desde en la aceptación resignada; sin embargo, esa mañana sentía que la suerte le guiñaba  un ojo y le vino a la mente el rostro ajado y risueño de su tía Emilia, con el paisaje montañoso de fondo, diciéndole” Ten confianza en ti; especialmente en los momentos mas desastrosos pues recuerda que incluso un átomo hace sombra”.

Mario sonrió  al enigma nunca resuelto, a pesar de su empeño,  de cómo su tía Emilia, mujer rural y sin estudios, conocía  las palabras de Pitágoras. Buena semana.





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