Lucía sintió ganas de pasar un día tranquilo, en soledad que
no aislamiento, pues su corazón andaba revuelto y las cosas del querer la
tenían extenuada. Necesitaba posar su sentir en el muelle cojín del desapego
para, contemplándole desde la distancia, tomar la decisión que le haría crecer.
Lucía condujo hasta la casa de campo de su abuela, fallecida
dos años atrás. La viejilla Mara mantuvo con su nieta una comunicación muy
especial que proporcionaba a la joven paz y confianza. Por eso, cuando debía
enfrentarse a los avatares de la vida (azules o de cualquier otro color) Lucía
buscaba el refugio físico de la casa de Mara donde se sentía amparada, de
alguna forma, por la anciana difunta.
Lucía llegó a la zona boscosa y se encontró con la cesta de
la leña vacía por lo que sin pensarlo dos veces, antes de que se hiciera de
noche, se dispuso a recoger el combustible de madera para que la chimenea
ardiera. Estimaba que estaría de vuelta en una hora y con tal disposición, se
adentró, sonriente en el conocido bosque.
Norberto descargó el saco de troncos y mientras los apilaba
recordaba los buenos momentos vividos en el lugar que fue el hogar de su
infancia. Encendió la chimenea, removiendo el atizador y sintiendo el cálido
arrope de la nostalgia. Pensaba encontrar a Lucía, su hermana y al ver la maleta en el
salón se dijo que no tardaría mucho en regresar. La notaba preocupada y conocía
su ritual de buscar apoyo entre las cuatro paredes de la niñez compartida.
Tomaba un café, oscuro, como le gustaba a su abuela Mara, cuando recibió una
llamada del trabajo que requería su presencia. Dejó la taza en la encimera de la cocina y sin dejar nota alguna, regresó
a la ciudad a hacer de apagafuegos
laboral. Ya hablaría con Lucía en otro momento- pensó.
Lucía regresó veinte minutos mas tarde de la partida de su
hermano. Con la leña a cuestas, quedó maravillada ante la visión de las llamas,
escuchando el cadencioso crepitar de la madera y arropándose con la calidez del
inconfundible aroma del café natural de
la marca Tirma con el que su abuela Mara acompañaba entrañables momentos. Para
ella su abuelita estaba allí acompañándola y aconsejándola.
Lucía comprobó que no había nadie mas en la casa, que la
cerradura no había sido forzada y que todo estaba en su sitio para a
continuación cerrar con fechillo y pasar llave de la puerta de seguridad.
Acercándose a la cafetera notó que aun estaba caliente y con
una emoción envuelta en lágrimas, dulcemente saladas, se sirvió un café que
volvió a calentar e instintivamente miró hacia arriba esperando que su abuela
no se lo tuviera en cuenta pues para Mara “el café recalentado no era café”. Se
sentó en el sofá del salón, envuelta en una manta verde musgo, en la tarde fría
que se despedía y así habló con su corazón.
Lucía y Norberto coincidieron dos días después en un
almuerzo familiar; ella le contó la reciente y mágica estancia en la casa de la
abuela Mara y cómo esta le había enviado una clara señal de lo que tenía que
hacer en la encrucijada en la que se encontraba. Norberto despidió el conato de
explicación racional pues la determinación plácida que se había adueñado del
rostro de Lucía bien valía un silencio. ¡Y qué mas da si ella piensa que es la
magia de la vida! –se dijo. A fin de cuentas lo que ves, no siempre es lo que
es. ¿O sí?. Buena semana.
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