domingo, 4 de octubre de 2015

LO QUE VES NO SIEMPRE ES LO QUE ES

Lucía sintió ganas de pasar un día tranquilo, en soledad que no aislamiento, pues su corazón andaba revuelto y las cosas del querer la tenían extenuada. Necesitaba posar su sentir en el muelle cojín del desapego para, contemplándole desde la distancia, tomar la decisión que le haría crecer.
Lucía condujo hasta la casa de campo de su abuela, fallecida dos años atrás. La viejilla Mara mantuvo con su nieta una comunicación muy especial que proporcionaba a la joven paz y confianza. Por eso, cuando debía enfrentarse a los avatares de la vida (azules o de cualquier otro color) Lucía buscaba el refugio físico de la casa de Mara donde se sentía amparada, de alguna forma, por la anciana difunta.
Lucía llegó a la zona boscosa y se encontró con la cesta de la leña vacía por lo que sin pensarlo dos veces, antes de que se hiciera de noche, se dispuso a recoger el combustible de madera para que la chimenea ardiera. Estimaba que estaría de vuelta en una hora y con tal disposición, se adentró, sonriente en el conocido bosque.
Norberto descargó el saco de troncos y mientras los apilaba recordaba los buenos momentos vividos en el lugar que fue el hogar de su infancia. Encendió la chimenea, removiendo el atizador y sintiendo el cálido arrope de la nostalgia. Pensaba encontrar a  Lucía, su hermana y al ver la maleta en el salón se dijo que no tardaría mucho en regresar. La notaba preocupada y conocía su ritual de buscar apoyo entre las cuatro paredes de la niñez compartida. Tomaba un café, oscuro, como le gustaba a su abuela Mara, cuando recibió una llamada del trabajo que requería su presencia. Dejó la taza en la encimera  de la cocina y sin dejar nota alguna, regresó a  la ciudad a hacer de apagafuegos laboral. Ya hablaría con Lucía en otro momento- pensó.
Lucía regresó veinte minutos mas tarde de la partida de su hermano. Con la leña a cuestas, quedó maravillada ante la visión de las llamas, escuchando el cadencioso crepitar de la madera y arropándose con la calidez del inconfundible aroma del  café natural de la marca Tirma con el que su abuela Mara acompañaba entrañables momentos. Para ella su abuelita estaba allí acompañándola y aconsejándola.
Lucía comprobó que no había nadie mas en la casa, que la cerradura no había sido forzada y que todo estaba en su sitio para a continuación cerrar con fechillo y pasar llave de la puerta de seguridad.
Acercándose a la cafetera notó que aun estaba caliente y con una emoción envuelta en lágrimas, dulcemente saladas, se sirvió un café que volvió a calentar e instintivamente miró hacia arriba esperando que su abuela no se lo tuviera en cuenta pues para Mara “el café recalentado no era café”. Se sentó en el sofá del salón, envuelta en una manta verde musgo, en la tarde fría que se despedía y así habló con su corazón.
Lucía y Norberto coincidieron dos días después en un almuerzo familiar; ella le contó la reciente y mágica estancia en la casa de la abuela Mara y cómo esta le había enviado una clara señal de lo que tenía que hacer en la encrucijada en la que se encontraba. Norberto despidió el conato de explicación racional pues la determinación plácida que se había adueñado del rostro de Lucía bien valía un silencio. ¡Y qué mas da si ella piensa que es la magia de la vida! –se dijo. A fin de cuentas lo que ves, no siempre es lo que es. ¿O sí?. Buena semana.







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