Priscila no era reina del
desierto. Más bien era un ser de agua.
Una sirena urbana que al ambular parecía nadar entre los transeúntes. Tenía los
ojos grandes, azules y una melena con reflejos rojizos como si estuviera
afectada por un ligero rubor. En realidad Priscila no dejaba de sorprenderse
ante lo que le rodeaba. Pensaba que las personas – ella la primera – se complicaban
en exceso la vida apostando por permanecer en áridos paisajes a la espera de
efímeros oasis.
Solía sentarse en un banco
de la plaza que recordaba a una ilustre personalidad del siglo anterior por su
buen hacer en la gestión de lo público. Allí dejaba que su mirada vagase por el
paisaje humano que a media mañana formaba parte de una marea dinámica,
circunspecta y con una dirección predeterminada. Observaba que en su ciudad, la
mayoría de la población salía de casa por obligación, cuando había que ir a algún
sitio. El placer del paseo había sido olvidado, como los recuerdos que no visitamos, en el desván de la nada.
Solo la prescripción facultativa en su férrea lucha contra el colesterol
revivía la rutina que empezaba y terminaba en un paso tras otro .Pero al
convertirse en medicina, esta práctica carecía de la espontaneidad fresca del
deseo.
Priscila se dijo lo bueno
que es inventar itinerarios alternativos, rutas en las que contemplar la urbe
desde perspectivas creativas. Pasaba tiempo de su ocio pergeñando
trayectos en los que descubrir la terminación de casa y edificios. En
su carrera hacia el cielo. Constataba que predominaban las formas cuadradas y
rectangulares, de marcada e introvertida impronta urbanística. Pocas construcciones lucían azoteas o jardines colgantes. Escaseaba el verde,
destacaba el gris.
Priscila , otras veces, miraba
el suelo, recorría calles, atenta a las siluetas de las aceras y no entendía la
necesidad de escalones que para el
manejo de sillas de ruedas, cochecitos de bebé, muletas solitarias o
emparejadas y piernas en dejación de su función motórica, suponían una aventura
semejante al París Dakar.
Priscila en ocasiones
realizaba un pequeño tour por escaparates que aunaban arte y negocio y se decía
que con frecuencia la imaginación parecía ignorada por la mediocridad creativa,
miope , en beneficio del beneficio económico, que lejos de multiplicarse daba
como resultado la ausencia total de chispa ingeniosa y la permanencia en las
filas de la vulgaridad.
En su catálogo para los días que alargaban sus horas, contaba con
recorridos en los que saltaba de plaza
en plaza como si del juego de la oca se tratara y en ellos se sentía feliz.
Construía guías invernales
que le hacía descubrir el café más aromático, el té más exquisito o dónde encontrar el licor adecuado
a la ocasión extra seca, seca, dulce, fina o crema.
Y en su particular guía de
trotaciudad incluía pequeños safaris donde descubría una interesante fauna urbanita e invisible.
Priscila planeaba nuevos caminos y los andaba. Buena
semana.
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