domingo, 10 de enero de 2016

PLANEABA NUEVOS CAMINOS Y LOS ANDABA

Priscila no era reina del desierto.  Más bien era un ser de agua. Una sirena urbana que al ambular parecía nadar entre los transeúntes. Tenía los ojos grandes, azules y una melena con reflejos rojizos como si estuviera afectada por un ligero rubor. En realidad Priscila no dejaba de sorprenderse ante lo que le rodeaba. Pensaba que las personas – ella la primera – se complicaban en exceso la vida apostando por permanecer en áridos paisajes a la espera de efímeros oasis.
Solía sentarse en un banco de la plaza que recordaba a una ilustre personalidad del siglo anterior por su buen hacer en la gestión de lo público. Allí dejaba que su mirada vagase por el paisaje humano que a media mañana formaba parte de una marea dinámica, circunspecta y con una dirección predeterminada. Observaba que en su ciudad, la mayoría de la población salía de casa por obligación, cuando había que ir a algún sitio. El placer del paseo había sido olvidado, como  los recuerdos  que no visitamos, en el desván de la nada. Solo la prescripción facultativa en su férrea lucha contra el colesterol revivía la rutina que empezaba y terminaba en un paso tras otro .Pero al convertirse en medicina, esta práctica carecía de la espontaneidad fresca del deseo.
Priscila se dijo lo bueno que es inventar itinerarios alternativos, rutas en las que contemplar la urbe desde perspectivas creativas. Pasaba tiempo de su ocio pergeñando trayectos  en los que  descubrir la terminación de casa y edificios. En su carrera hacia el cielo. Constataba que predominaban las formas cuadradas y rectangulares, de marcada e introvertida impronta  urbanística. Pocas construcciones  lucían azoteas o  jardines colgantes. Escaseaba el verde, destacaba el gris.
Priscila , otras veces, miraba el suelo, recorría calles, atenta a las siluetas de las aceras y no entendía la necesidad de escalones que para  el manejo de sillas de ruedas, cochecitos de bebé, muletas solitarias o emparejadas y piernas en dejación de su función motórica, suponían una aventura semejante  al París Dakar.
Priscila en ocasiones realizaba un pequeño tour por escaparates que aunaban arte y negocio y se decía que con frecuencia la imaginación parecía ignorada por la mediocridad creativa, miope , en beneficio del beneficio económico, que lejos de multiplicarse daba como resultado la ausencia total de chispa ingeniosa y la permanencia en las filas   de la vulgaridad.
En su catálogo para  los días que alargaban sus horas, contaba con recorridos en los que  saltaba de plaza en plaza como si del juego de la oca se tratara y en ellos se sentía feliz.
Construía guías invernales que le hacía descubrir el café más aromático, el té más  exquisito o dónde encontrar el licor adecuado a la ocasión extra seca, seca, dulce, fina o crema.
Y en su particular guía de trotaciudad incluía pequeños safaris  donde descubría una interesante  fauna urbanita  e invisible.
Priscila  planeaba nuevos caminos y los andaba. Buena semana.





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