Gilda se quitó el guante y lo
tiró indolente sobre el sofá.
De un puntapié lanzó los zapatos
de tacón stiletto sobre los que había bailado durante las dos últimas horas.
Suspiró aliviada.
Estaba eufórica y ya descalza continuó
danzando por el salón, al ritmo de la música audible solo para su corazón.
Le gustaba moverse a su aire. Y
cantar. Especialmente cuando nadie podía oírla. Como en ese momento. Se sentía creativa pergeñando pasos y letras de canciones. Vamos, ¡qué se las
inventaba!. Cualquier parecido con la realidad era pura carambola; pero a ella le
gustaba.
Terminaba el invierno y los días
se dilataban, perezosos. La luz prolongaba su existencia, retardando el
inevitable encuentro con la noche en un dejarse atrapar, paso a paso, por el acogedor
horizonte anaranjado.
Gilda adoraba la primavera. No
traía consigo el calor asfixiante del estío que hastía.Y suponía el finiquito
de prisas, gripes y aire helado, propios del invierno.
Mientras improvisaba una
coreografía alrededor de su sillón de lectura, encendió la radio cuyo murmullo
inicial se convirtió en una tertulia con nombre horario donde se desbrozaba un
sin fin de posibilidades para la edificación de un mundo mejor con los sólidos cimientos de la paz, la libertad y la justicia social. Centró su atención en la
charla solidaria hasta que esta concluyó, final que Gilda rubricó con un zapateado
de antología.
“Cada cuál escoge cómo poner
punto final” - se dijo, ligera.
Tras la sabrosa cena y la
digestiva manzanilla, Gilda, mujer de contrastes, contempló los restos de
comida y bebida ingeridos y en un arrebato
se dijo “¡ a partir de mañana me quito de too!”. Solo ella supo a qué se refería la
enigmática sonrisa que dibujó efímeramente su boca para dar paso a un sentido y divertido
“ ¡pero hasta entonces, qué me quiten lo bailao!”.Buena semana.
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