Basilio aspiraba con deleite
el dulzón aroma del té verde. Para él era el hilo del que, tirando , hacía
presente la forma adecuada de tratar un tema delicado. Se lo enseñó alguien
noble, sabio y generoso. En su mente, con la canela, el trauma iba perdiendo su
amargor.
Mientras paladeaba la
característica y exótica fragancia de la bebida caliente, le dio por pensar en
lo útil que sería, en términos emocionales, aprender a cerrar puertas,
finiquitar ciclos, despedir las despedidas , de forma grata.
Observaba que la enseñanza
de la ceremonia del adiós en sus múltiples versiones, dejaba tras de sí una
estela de existencia con regusto a sal y pimienta que distaba de ser digestiva
y además podría perjudicar seriamente la salud, sobre todo, el corazón. El
continuo trasiego de principios y finales suponía, a menudo, trabajosos buceos
por aguas oscuras y saladas que eternizaban el tránsito en cuestión.
Basilio se preguntaba si el
diseño de los puntos y apartes vitales no se podría confeccionar con el buen
hacer de sastres y costureras que introdujeran en sus telas la sedosa consciencia
y la blonda de la aceptación.
Braulio practicaba el
desapego inteligente para arroparse con la delicadeza cuando se presentaba el frágil
momento sin vuelta atrás. Y a base de ejercitarse, iba dominando la técnica.
Había descubierto que
hombres y mujeres, de cualquier edad y condición, disfrutaban de plenitud
cuando optaban por desarrollar la inteligencia para tener una visión panorámica
del momento, para comprender que cada paso acerca tanto como aleja ;y que para
degustar el sabor de la ternura, nada mejor que sumergirse en el perfume
especiado de la canela, ya sea molida o en rama. Buena semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario