Aureliano no era coronel ni
se encontraba ante un pelotón de fusilamiento. Era profesor de instituto y
permanecía de pié en un aula vacía..
Llevaba décadas
sobreviviendo a las distintas reformas educativas construidas en función de la
ideología de turno que ostentara el poder, especialmente el legislativo y el
ejecutivo..Tenía la impresión de que hubiera transcurrido al menos un milenio
desde que abogara por primera vez por un pacto de Estado en materia educativa,
antídoto eficaz contra el virus “ quítate tú pa’ ponerme yo”. Sin embargo, con
el pasar de los años, su propuesta había trocado en un silencio resignado y
tristemente cómplice.
Aurelio constaba cómo la
ratio, esto es, el número de estudiantes por clase, había aumentando de forma
desproporcionada, abortando cualquier relación humanamente eficaz entre docente
y aprendices. También verificaba constantemente cómo la gestión educativa se
extraviaba por los senderos intrincados de la estadística políticamente
correcta, por los vericuetos de la burocracia lenta y además insegura y por la
ciénaga de la desorientación de la comunidad educativa en el arraigo de
vínculos sólidos y solidarios.
Aureliano había conocido el hielo
del estupor cuando se decidió, en esferas lejanas a las trincheras docentes,
que el alumnado se incorporara a los institutos dos años antes de lo que venía
siendo la norma. Desde entonces no conoció a docente o familiar que estuviera de
acuerdo con dicha ley y desde entonces el futuro de adolecentes, a medio hacer
y de mayores, en muchos casos quemados, viró hacia las tonalidades de los
grises.
Aureliano trabajaba
mientras su práctica diaria desmentía la
oficialidad que se aferraba a una estadística cuyo parecido con la realidad
rondaba la fantasía….. pero cómo los indicadores lo afirmaba….sería que el
error estaba en la realidad…no en las cifras.
Aureliano en esta hora
lectiva en la que el alumnado optó por ejercer el derecho a la discrepancia
(antes huelga) quedándose en casa para dormir (los más) o para estudiar (los
menos), reflexionaba sobre el fracaso de un sistema democrático que alumbraba
personas acríticas, perezosas y cobardes, antítesis del Sapere aude de los ilustrados. Cavilaba el profesor sobre la
obligatoriedad de evaluar a partir de 1 al alumnado de secundaria aunque su
trabajo, esfuerzo o presencia brillaran por su ausencia. Opinaba que esto era confundir
el” atún con el betún porque los dos vienen en lata”. Así se daba a luz a
futuros ciudadanos carentes de obligaciones pero poseedores de todos los
derechos.
Aureliano había aprendido
que lo legal cuando no lo respaldaba la razón solidaria establecía extraño
maridaje con la estupidez cuya descendencia contaría con el legado genético de
un variopinto catálogo de síndromes (como el de Peter Pan y su versión
femenina, el de Campanilla) , la tara de
la tiranía o el modus vivendi que pendularía entre la depresión y la ansiedad. Todo
envuelto en la placenta del más recalcitrante individualismo.
Aureliano abrió su maletín y
tomó un pequeño corazón azul; había sido un regalo de la universidad de la
ciudad en las últimas jornadas de puertas abiertas. Recuperó de su memoria la
cara de sorpresa tanto de sus colegas como la suya, cuando en un punto de
información universitario, la voluntaria que facilitaba el tránsito por el
campus en cuestión, al observarles, levantando la mano derecha en señal de stop
y las cejas, en señal de “ahora voy””, les dijo..- ¿Son profesores?...esperen…no
se vayan. Acto seguido extrajo de una caja unas pelotas azules antiestrés como
presentes para los profesores. Tras agradecer el curioso y sintomático detalle
a la diligente y generosa informante, partió el grupo de profesionales, cada
cuál con el corazón en un puño, buscándole el pulso para una vez más apostar
por el latido de la ilusión, el placer de enseñar y de acompañar en el aprendizaje ,
el latido de la alegría de vivir. Buena semana.
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