domingo, 20 de marzo de 2016

¿SON PROFESORES?... ¡ESPEREN, NO SE VAYAN!

Aureliano no era coronel ni se encontraba ante un pelotón de fusilamiento. Era profesor de instituto y permanecía de pié en un aula vacía..
Llevaba décadas sobreviviendo a las distintas reformas educativas construidas en función de la ideología de turno que ostentara el poder, especialmente el legislativo y el ejecutivo..Tenía la impresión de que hubiera transcurrido al menos un milenio desde que abogara por primera vez por un pacto de Estado en materia educativa, antídoto eficaz contra el virus “ quítate tú pa’ ponerme yo”. Sin embargo, con el pasar de los años, su propuesta había trocado en un silencio resignado y tristemente cómplice.
Aurelio constaba cómo la ratio, esto es, el número de estudiantes por clase, había aumentando de forma desproporcionada, abortando cualquier relación humanamente eficaz entre docente y aprendices. También verificaba constantemente cómo la gestión educativa se extraviaba por los senderos intrincados de la estadística políticamente correcta, por los vericuetos de la burocracia lenta y además insegura y por la ciénaga de la desorientación de la comunidad educativa en el arraigo de vínculos sólidos y solidarios.
Aureliano había conocido el hielo del estupor cuando se decidió, en esferas lejanas a las trincheras docentes, que el alumnado se incorporara a los institutos dos años antes de lo que venía siendo la norma. Desde entonces no conoció a docente o familiar que estuviera de acuerdo con dicha ley y desde entonces el futuro de adolecentes, a medio hacer y de mayores, en muchos casos quemados, viró hacia las tonalidades de los grises.
Aureliano trabajaba mientras  su práctica diaria desmentía la oficialidad que se aferraba a una estadística cuyo parecido con la realidad rondaba la fantasía….. pero cómo los indicadores lo afirmaba….sería que el error estaba en la realidad…no en las cifras.
Aureliano en esta hora lectiva en la que el alumnado optó por ejercer el derecho a la discrepancia (antes huelga) quedándose en casa para dormir (los más) o para estudiar (los menos), reflexionaba sobre el fracaso de un sistema democrático que alumbraba personas acríticas, perezosas y cobardes, antítesis del Sapere aude de los ilustrados. Cavilaba el profesor sobre la obligatoriedad de evaluar a partir de 1 al alumnado de secundaria aunque su trabajo, esfuerzo o presencia brillaran por su ausencia. Opinaba que esto era confundir el” atún con el betún porque los dos vienen en lata”. Así se daba a luz a futuros ciudadanos carentes de obligaciones pero poseedores de todos los derechos.
Aureliano había aprendido que lo legal cuando no lo respaldaba la razón solidaria establecía extraño maridaje con la estupidez cuya descendencia contaría con el legado genético de un variopinto catálogo de síndromes (como el de Peter Pan y su versión femenina,  el de Campanilla) , la tara de la tiranía o el modus vivendi que pendularía entre la depresión y la ansiedad. Todo envuelto en la placenta del más recalcitrante individualismo.

Aureliano abrió su maletín y tomó un pequeño corazón azul; había sido un regalo de la universidad de la ciudad en las últimas jornadas de puertas abiertas. Recuperó de su memoria la cara de sorpresa tanto de sus colegas como la suya, cuando en un punto de información universitario, la voluntaria que facilitaba el tránsito por el campus en cuestión, al observarles, levantando la mano derecha en señal de stop y las cejas, en señal de “ahora voy””, les dijo..- ¿Son profesores?...esperen…no se vayan. Acto seguido extrajo de una caja unas pelotas azules antiestrés como presentes para los profesores. Tras agradecer el curioso y sintomático detalle a la diligente y generosa informante, partió el grupo de profesionales, cada cuál con el corazón en un puño, buscándole el pulso para una vez más apostar por el latido de la ilusión, el placer de enseñar y de acompañar en el aprendizaje , el latido de la alegría de vivir. Buena semana.


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