domingo, 27 de marzo de 2016

TÚ NO ERES COMO LUCÍA. A ELLA LE QUEDA TODO BIEN

.Virginia tenía una habitación propia; también una casa y un trabajo que le proporcionaba grandes satisfacciones, a nivel personal había formado una familia de la que se sentía orgullosa. En este día disponía de unas horas de asueto y decidió entregarse a uno de sus pasatiempos favoritos.
Virginia intentaba poner orden en el vestuario, colocando en los percheros la ropa que se amontonaba en una coqueta butaca..El establecimiento emitía una música alegre que predisponía a la compra compulsiva; pero Virginia, consciente de dicha estratagema, se divertía ante la perspectiva de verse de forma diferente, a pesar de saber de antemano que no compraría nada. Al menos ese día.
Desde años atrás uno de sus divertimentos alimentado dos veces al mes consistía en lanzarse a la búsqueda, a través de los laberintos de perchas y estanterías, de ropa que ni de lejos se ajustaba a su imagen habitual. A veces sacaba fotos y una vez saciado el deseo de contemplarse distinta devolvía las prendas a su lugar de origen con una sensación de serenidad que equilibraba los altibajos cotidianos.
Virginia se estaba probando un vestido ceñido, de lentejuelas doradas que bamboleaban al ritmo de sus caderas cuando, traspasando el hilo musical ambiental, le llegó una conversación como si un imaginario dial hubiese sintonizado con la emisión de un serial. Una voz femenina, adulta, en tono aparentemente neutro explicaba que no era necesario compararse con los demás. Que cada cual era como era .

La sonrisa de Virginia brilló a juego con el traje de fiesta que admiraba desde la altura de unos zapatos de tacón estiletto Incluso se atrevió a dar una vuelta sobre sí misma en un gesto histriónico, de puro placer.
El diálogo,  mezclado con la vivacidad de la música veraniega, pronto viró hacia aguas más procelosas y anclándose en el monólogo, arribó a las costas del inútil reproche y de la estúpida desvalorización; sin elevar el tono, por supuesto; sin ánimo de molestar, claro está; pero fastidiando, un rato largo.
-Tienes que aceptarte como eres. No pretenderás ser como Lucía; a ella le queda todo bien..pero tú con lo rellena que eres…..-concluyó la voz en la que se incrustaban las piedras de la rigidez y del torpe desapego.
Virginia se desvistió, incrédula, ante tal despiste humano mientras flotaba en el aire una pregunta retórica - ¿Por qué no te gusta nada de lo que hay en la tienda?-  ante la que Virginia estuvo a punto de contestar, a voz en cuello, argumentando por activa y por pasiva.
Virginia se imaginó como interlocutora de la voz de inteligencia distraída, a una pequeña atónita ante la dificultad de acoplar con belleza los vestidos a  su cuerpo, con el placer de ataviarse desterrado y con la incomprensión por el mal reparto de dones en la vida que le otorgara en demasía a Lucía lo que bien podría haberse compartido con ella. Suponía que la niña pensaría que si la ropa era la misma para las dos, el problema debería ser ella, con un aplastante aunque errónea lógica infantil.
Virginia paró en su cavilar y cayendo en el asiento se sintió afortunada por haber aprendido que las tallas son medidas cuya realidad mora en la frontera de la ficción, que la belleza está en quién contempla más que en lo contemplado y sobre todo, se sintió agradecida por haber tenido una madre que ante cualquier  conato de creatividad en el vestir haciendo gala de una prudencia sin límites la animaba con frases como ¡Sí que estás espectacular! ¡No cabe duda de que este traje es digno de una princesa!.
Virginia de mayor se preguntaba si el significado de espectacular aludía a algo muy positivo o a lo propio del espectáculo, sin otro tipo de valoración; o si el que el vestido fuera digno de una princesa suponía su inclusión directa en la realeza. Agradecía asimismo la discreción materna al plantearle sutilmente una alternativa que realzara su figura infantil, mostrando su propuesta acompañada de un –Fíjate cuántos modelos tan bonitos hacen juego con tus ojos!- Ella recordaba que entonces le invadía una excitación difícil de dominar y respondía con una retórica, esta vez, feliz –¿Verdad que sí, mami”?

Virginia reconocía que aun hoy cuando se mira en el espejo y ve reflejada la armonía entre su ser y su mostrar, retorna la interrogante que otrora afirmaba y la afirmaba y que le hacía sentir guapa y fantástica. Vamos como si se tratara de aquella Lucía a la que todo le queda bien, Buena semana.


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