domingo, 6 de marzo de 2016

EL DESTINO, ESA ROCA MUDA

Adriano no era emperador. Trabajaba en una biblioteca y su vida transcurría entre libros. A punto de la jubilación forzosa, a la que se resistía tenía serias dificultades para distinguir la realidad de la ficción ( ya fuera escrita o virtual).A base de tratar con hojas, impresas o digitales, se aficionó a vivir como si de un habitante de una gran obra se tratara. Durante más de una década transitó por los clásicos y en su mente, las lenguas muertas resucitaban sin apocalipsis previo. Cuando retornaba a su hogar se entregaba con vehemencia a recitar extenuantes soliloquios. Su perro, Logos, escuchaba atento las extensas sesiones de oratoria de su más que amo, compañero. Cuando llegó la cer emonia del adiós para el que sería su primer can, las últimas palabras que llegaron a las orejas del animal fueron los versos de despedida a Ramón Sijé.
Adriano gustaba de la compañía perruna. Todos los que le acompañaron tuvieron el mismo nombre, Logos, que fue aceptado por cada uno de los chuchos que compartieron un tramo de camino con Adriano.
A lo largo de su dilatada viva frecuentó drama y comedia, prosa y verso, como coartadas del pensar y del sentir. Tenía fama de extravagante y solitario.
Tras dar por finalizada su vida laboral se encerró en su casa y no volvió a salir hasta quince años después, con los pies por delante .Lo encontraron con el Hiperion en el regazo, sentado en su sillón favorito. A sus pies, el último Logos soltaba espumas que le hacían saltar el corazón .Ambos partieron hacia el único final seguro que marca el destino, esa roca muda. Buena semana.







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