domingo, 13 de marzo de 2016

SIOSARE, TEATIME

Edmundo no se apellidaba Dantés, ni era conde ni había tenido que escapar de prisión alguna. En su rutina laboral se disponía a recibir al próximo candidato para la vacante del departamento de atención al cliente.Inició la lectura del curriculum vitae del aspirante, tomó un sorbo de café negro y amargo, alisó su corbata y dibujando una amplia sonrisa, a modo de ensayo, le indicó al secretario, vía interfono que hiciera pasar al que, a juzgar por los datos que tenía delante, tenía muchas posibilidades de incorporarse a la plantilla de la empresa.
Cuando se encontró ante un varón robusto, moreno y con una barba exquisitamente cuidada se sorprendió cómo contrastaba esa figura con la imagen previa que se había hecho de aquel hombre que no habría cumplido la treintena.
Tras el saludo de rigor y las preguntas pertinentes, Edmundo no pudo dejar de interrogar al postulante por el origen de su nombre pues no lograba ubicarlo en cultura alguna.
Siosare, acostumbrado a la curiosidad que despertaba cuando se presentaba le contó que sus padres, buenas personas, de escasos recursos y un amor profundo a su país de origen, México, tuvieron que emigrar tiempos ha. Una vez que nació su primogénito sintieron la necesidad de que su vástago mantuviera vivo el vínculo con sus ancestros a pesar de la distancia espacial y temporal que les separaba de su querido terruño..Por esta razón en homenaje al himno de su país que nunca habían visto escrito pero que sentían en el corazón, decidieron llamar al recién nacido como rezaba un verso del canto patriótico. Sin mantener la separación entre las palabras sino fiel a una eufonía distraída ,del original “ mas si osare un extraño enemigo” nació Siosare.
Edmundo, maravillado, no sabía cómo reaccionar ante tanto amor a la tierra natal. Creía haber conocido las historias más inverosímiles en cuanto a la onomástica se refería. Pero estaba claro que la realidad siempre aporta nuevos matices. Así le vino al tino la historia de Teatime, una muchacha que conoció tiempo atrás, y que en confianza le contara que su madre de pequeña tomaba unas galletas inglesas que le dejaban un delicioso y ligeramente salado gusto a mantequilla. Venían en una caja que exhibía en letras doradas las palabras Tea Time que para su madre eran sinónimos de celebración, de la abuela generosa que en una lata exótica guardaba la esencia del calor, la seguridad y el vínculo del hogar en pequeñas pastas.
Edmundo despidió a Siosare y una vez que le hubo acompañado a la puerta, empezó a cavilar sobre la causa y la finalidad de los nombres que nos nombran. Curiosamente no son productos de nuestra elección (al menos en primera instancia) ; y sin embargo pasamos la infancia identificándonos con una combinación azarosa de fonemas. A veces el nombre oficial cede su trono al apócope, al apodo (heredado o de nuevo cuño). Otras hay que añadir una palabra aclaratoria que indique si se trata de progenitores o de sus descendientes. En algunos casos, el nombre propio reproduce filias, devociones o fidelidades al santoral de turno. En otros, se convierte en la antítesis de lo establecido, abrazando lo extraño, traspasando la puerta que lleva al lugar nunca visto.
Igual que la infancia, el apelativo personal al que respondemos, puede ser un paraíso en el que validarnos o una cárcel en la que cumplamos injusta condena.


Igual que en la infancia con su llegar, estar y marchar, las letras que nos definen a veces requieren de una nueva reformulación cuando la isomorfía entre el ser y el nombrar se fractura. Entonces, siempre nos quedará la creatividad. Buena semana.








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