Juana no pertenecía a la
realeza ni pasaría a la Historia con el
apelativo La loca . En su historia
tenía otros apodos que según la cercanía
de quién los pronunciara recalaban en la
travesía que iba de lo dulce a lo picante.
Juana caminaba encendiendo
con sus caderas hogueras en cuantos la contemplaban. Parecía bailar al recorrer
las calles, cada día, en dirección al trabajo. Una vez allí, se ponía el
uniforme y despachaba quesos y
embutidos. Su horario laboral era de mañana.
Juana solía despertarse en
la noche oscura, a veces del alma; otras, las más, del cuerpo. Aún envuelta por
la negrura daba la bienvenida al día con besos y caricias a su hombre – así lo llamaba ella, enfatizando
el adjetivo posesivo- que
frecuentemente terminaban en jadeos de placer.
Juana se bajaba de la cama,
se bajaba del sueño, se bajaba del deleite para subir a lo que ella
llamaba el monte que tocara, a pesar de que su existencia discurría en una
populosa ciudad.
Su
hombre le preguntó en cierta ocasión por el significado de esa
expresión. Ella parpadeando sus ojitos de Lulú que le garantizaban la
incondicionalidad de su amado ( mientras durara la pasión) sonrió y explicó que
de pequeña oía una canción que repetían a menudo en un programa televisivo
infantil y que a pesar de ser más simple que una ameba, ella adoptó como
mantra, sospechando que era patrimonio de la sabiduría ancestral. La
cancioncilla decía así:
“Un hombre se subió al monte
Un hombre se subió al monte
Un hombre se subió al monte
¿ Y qué creéis que vio?
¿Y qué creéis que vio?
El hombre vio otro monte
El hombre vio otro monte
El hombre vio otro monte
Igual que el anterior
Igual que el anterior.”
Juana interpretó la tonada
con histrionismo dando salida a su niña interior que ella invocaba como la
chiquilla escondida. Gesticulaba, imitaba el andar del escalador, incluso
se imaginaba su indumentaria de exploradora más adecuada para llanuras
africanas que para coronar montañas. Se convertía en una Livingstone
clarividente que constataba que detrás de un día, otro viene.
Juana cada mañana se
preparaba para el terreno por el que ascendería a la cumbre que le correspondía
mientras tomaba un café con leche, caliente que reconfortaba sus entrañas.
Había veces que el camino avistado era pedregoso y ella se aprestaba para
sortear los teniques, externos e internos; en estas ocasiones, saber por dónde
pisaba, ir despacio y guardar un poco de sopa de pollo para el alma, como cena,
eran sus mejores bazas Otras veces, el suelo se
presentaba cubierto del musgo verdoso del recuerdo crecido tras la
inundación de la nostalgia; lejos de resbalar por la espuria esperanza, Juana
se vestía de rojo para recordar que la sangre continua ininterrumpidamente
circulando fiel a su función de mantener la vida, la buena vida. Igual que el
líquido encarnado, ella formaba costras emocionales que cicatrizaban a su
debido tiempo heridas del pasado. Algunas no dejaron marcas; otras estaban en veremos.
En algunos días tenía que
atravesar el desierto de la soledad con la calima del desasosiego impidiendo
respirar bien. Para estas ocasiones, Juana, antes de salir, levantaba los
brazos, situaba la lengua tocando el paladar,tomaba aire por la nariz y en tres secuencias de quince veces cada vez,
exhalaba por las fosas nasales mientras dejaba caer con fuerza sus extremidades superiores.
Su hombre estaba acostumbrado a esas
y otras rarezas que le despertaban una
mezcla de emociones donde la admiración, la ternura y la perplejidad se daban
la mano. También eso era ella y ´su hombre lo veía, lo valoraba y lo amaba;
aunque no lo entendiera …. o sí.
Abundaban las jornadas llamadas orillas de mar en las primeras horas del
día, que presagiaban la luz de la ilusión, el éxito de la intuición, la
confianza en el orden del desorden. Para estos trechos, Juana se proponía un
único propósito: Amar cuanto aconteciera. Y llegaba al crepúsculo satisfecha
ante los ricos matices con que se pintaba su vida a poco que se atreviera a
mirarse en el espejo de la consciencia sin juicio alguno.
Juana sabía que al comienzo
de cada amanecer habría de subir otro monte, que cada fecha nueva inauguraba
una ruta por diseñar. Ella comprendía que se trataba de estar despierta,
caminar y pasar la montaña. Y que esta era y no era igual que la anterior.
Buena semana.
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