domingo, 22 de mayo de 2016

¿LOS LÁPICES DE COLORES DE AHORA APENAS PINTAN?

Hernán no gustaba de jugar a la guerra; sentía una gran inclinación por las Bellas Artes; era de complexión atlética y de carácter campechano; le agradaba estar tranquilo, entretenido con su imaginación y sobre todo, pintar.
Hernán acumulaba hojas y lienzos en paredes y cajas que constituían una auténtica y creativa autobiografía. Conservaba en un lugar discreto pero privilegiado por el efecto que le producía la luz del sol mañanero, un cuadro que pintara muchos años atrás, en el que los colores vivos  discurrían hacia las costas de un marco azulado.
Hernán recordaba la felicidad  del día en el que tomó una cuartilla blanca y reprodujo el rostro que solo él reconocía en medio de figuras geométricas mezcladas con objetos de la vida diaria. Era el semblante de su primer amor; aquel que llegó antes de hacerse presente; con el que soñara antes de ponerle cara; al que jurara fidelidad eterna antes de que desapareciera en las procelosas aguas del desamor. Cada vez que observaba el círculo central volvía a su mente la cara redonda de su amado, un chico algo mayor que él, divertido e inquieto, con quien coincidió en el colegio. Aquel muchacho con el pelo a lo garzón rezumaba desinhibición por todos sus poros.
Hernán sonreía en aquella época cuando le oía declarar con una grácil pirueta
“Qué guapo soy
y qué tipo tengo”.
Estos versos, libres como él, eran el cortafuego que el amor de su juventud utilizaba para abortar cualquier conato de drama en la disputa.
Hernán recalaba de vez en cuando en aquella pequeña obra, que para él era una de las joyas de su particular pinacoteca. Los cuadrados, rectángulos, triángulos y demás figuras, hermanados con elementos cotidianos en una familiaridad inverosímil, le recordaban que la rutina admite muchos encuadres.
Hernán seguía pintando. Hacía varias décadas que no era un niño. Con el paso del tiempo iba comprobando que los lápices de colores que usaba eran menos intensos que aquellos alumbradores de tan tierno recuerdo, tan prudente acompañar.

Hernán no sabía si era cierta o producto de la imaginación nostálgica su creencia en que los crayones de ahora nacían sin apenas colorido. Se preguntó si esa sensación tenía que ver con  idealizar el pasado ; reflexionó sobre el brillo o la tiniebla que cada cual imprime a su interpretación de lo lejano; pensó que era cuestión de buscar el ángulo adecuado para recuperar el matiz más luminoso de lo pretérito; de acceder a  la gama innovadora que ofrece el presente evitando comparaciones torpes por innecesarias; y de indagar en el propio interior hasta dar con el laboratorio donde la cochinilla multicolor de  la comprensión destila la luz que permite contemplar el pálido aquí y ahora como si de un recuerdo vívido del futuro se tratara. Buena semana.


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